ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

D?a del recuerdo de la Sho?. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

D?a del recuerdo de la Sho?.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 4,21-25

Les dec?a tambi?n: ??Acaso se trae la l?mpara para ponerla debajo del celem?n o debajo del lecho? ?No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga o?dos para o?r, que oiga.? Les dec?a tambi?n: ?Atended a lo que escuch?is. Con la medida con que mid?is, se os medir? y aun con creces. Porque al que tiene se le dar?, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitar?.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta p?gina evang?lica la ha vivido Jes?s en primer lugar. Desde que inicia su predicaci?n p?blica no deja de recorrer los caminos y las plazas de Galilea para comunicar a todos la cercan?a del reino de Dios, es decir, el amor del Padre por todos y especialmente por los m?s pobres. Verdaderamente la luz ha venido al mundo y ya no est? "debajo del celem?n" sino en el candelero. Es una luz que resplandece de una forma extraordinaria: no se trata de una luz reflejada sino de una fuente de luz. Jes?s mismo irradia la luz, la claridad del amor de Dios, y las multitudes se han dado cuenta, hasta el punto de acudir de todas partes. La imagen de la luz que existe para iluminar a los dem?s, no a s? misma, describe bien la vida de Jes?s. ?l, luz verdadera que ilumina a todo hombre -como escribe Juan en el pr?logo del cuarto Evangelio- no ha venido para s? mismo, no se ha encarnado para realizarse a s? mismo, ni para afirmar su propio proyecto personal. Jes?s ha venido a la tierra para iluminar los pasos de los hombres hacia la salvaci?n, ha venido para que todos, escuchando su Palabra, puedan recorrer los caminos de la vida hasta llegar al cielo. Los disc?pulos que contin?a llamando de generaci?n en generaci?n son enviados a hacer lo mismo, es decir, a no esconder la luz del Evangelio que han recibido, y a no tener medidas estrechas sobre su comunicaci?n al mundo. Los disc?pulos deben acoger la misma generosidad con la que el Maestro comunicaba el amor del Padre. Nada debe permanecer escondido, y mucho menos el amor. Por ello Jes?s invita a los disc?pulos a estar atentos a todo lo que escuchan en el Evangelio: deben acoger lo que generosamente se les comunica, y a su vez comunicarlo a los dem?s. La vida cristiana no es otra cosa que una comunicaci?n continua del amor de Dios, y debemos estar atentos, porque dice Jes?s: "Al que tiene se le dar?, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitar?". El amor, la generosidad, seg?n el Evangelio de Jes?s no soportan restricciones ni l?mites: el coraz?n del creyente es universal y abierto a todos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.