ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Primera Lectura

G?nesis 2,7-9; 3,1-7

Entonces Yahveh Dios form? al hombre con polvo del suelo, e insufl? en sus narices aliento de vida, y result? el hombre un ser viviente. Luego plant? Yahveh Dios un jard?n en Ed?n, al oriente, donde coloc? al hombre que hab?a formado. Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de ?rboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jard?n, el ?rbol de la vida y el ?rbol de la ciencia del bien y del mal. La serpiente era el m?s astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios hab?a hecho. Y dijo a la mujer: "?C?mo es que Dios os ha dicho: No com?is de ninguno de los ?rboles del jard?n?" Respondi? la mujer a la serpiente: "Podemos comer del fruto de los ?rboles del jard?n. Mas del fruto del ?rbol que est? en medio del jard?n, ha dicho Dios: No com?is de ?l, ni lo toqu?is, so pena de muerte." Replic? la serpiente a la mujer: "De ninguna manera morir?is. Es que Dios sabe muy bien que el d?a en que comiereis de ?l, se os abrir?n los ojos y ser?is como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el ?rbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabidur?a, tom? de su fruto y comi?, y dio tambi?n a su marido, que igualmente comi?. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ce?idores.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.