ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
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Memoria de la Iglesia

Recuerdo de ?scar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las fosas ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Recuerdo de ?scar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las fosas ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Lucas 16,19-31

?Era un hombre rico que vest?a de p?rpura y lino, y celebraba todos los d?as espl?ndidas fiestas. Y uno pobre, llamado L?zaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que ca?a de la mesa del rico... pero hasta los perros ven?an y le lam?an las llagas. Sucedi?, pues, que muri? el pobre y fue llevado por los ?ngeles al seno de Abraham. Muri? tambi?n el rico y fue sepultado. ?Estando en el Hades entre tormentos, levant? los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a L?zaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasi?n de m? y env?a a L?zaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama." Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y L?zaro, al contrario, sus males; ahora, pues, ?l es aqu? consolado y t? atormentado. Y adem?s, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aqu? a vosotros, no puedan; ni de ah? puedan pasar donde nosotros." ?Replic?: "Con todo, te ruego, padre, que le env?es a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les d? testimonio, y no vengan tambi?n ellos a este lugar de tormento." D?jole Abraham: "Tienen a Mois?s y a los profetas; que les oigan." El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertir?n." Le contest?: "Si no oyen a Mois?s y a los profetas, tampoco se convencer?n, aunque un muerto resucite."?

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

La p?gina del Evangelio del pobre L?zaro es una de las m?s conocidas. Contin?a describiendo una de las situaciones m?s comunes incluso en la vida de hoy. El hombre rico que banquetea op?paramente no ha quedado relegado al pasado, ni tampoco L?zaro es una figura que haya desaparecido. Dos personas, dos situaciones: abajo L?zaro, con los ojos atentos al rico en espera de alguna migaja, y arriba el rico que, por el contrario, act?a como si L?zaro no existiera. Ni siquiera lo ve. Se ve?a cegado por la riqueza, una ceguera que contin?a todav?a hoy en nuestras ciudades y en nuestro mundo: un pueblo de pobres est? a la puerta de los ricos, a la puerta de la vida, en espera de las migajas que caen de las mesas de los que banquetean op?paramente. Ciertamente aquel rico ha perdido el rostro adem?s del nombre. Dios, en cambio, escoge a L?zaro y lo llama por su nombre, como se hace con los amigos; descartado por los hombres es amado por Dios y elegido para participar en el banquete del cielo. Para el Se?or, y por tanto para sus disc?pulos, la distancia entre el rico y L?zaro es un esc?ndalo inaceptable a la que no se puede encontrar justificaci?n alguna. Ese gran abismo marca la suerte triste que le tocar? al rico epul?n, de la que por desgracia se da cuenta tarde, cuando es ya imposible superarlo. Y sin embargo hubiera bastado con poco durante su vida. Pide que se advierta a sus hermanos, pero no sabe que para colmar ese abismo no hacen falta grandes esfuerzos, basta abrir las Escrituras (Mois?s y los Profetas). Es lo que se nos pide a nosotros, en particular en este tiempo de Cuaresma. La Palabra de Dios toca nuestro coraz?n y lo impulsa a la misericordia hacia tantos L?zaros que viven en nuestras ciudades.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.