ORACIÓN CADA DÍA

Jueves santo
Palabra de dios todos los dias

Jueves santo

Recuerdo de la ?ltima Cena y el Lavatorio de los pies
Recuerdo de san Anselmo (1033-1109), monje benedictino y obispo de Canterbury. Por amor de la Iglesia soport? el exilio
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Jueves santo

Recuerdo de la ?ltima Cena y el Lavatorio de los pies
Recuerdo de san Anselmo (1033-1109), monje benedictino y obispo de Canterbury. Por amor de la Iglesia soport? el exilio


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Juan 13,1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jes?s que hab?a llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los am? hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo hab?a puesto en el coraz?n a Judas Iscariote, hijo de Sim?n, el prop?sito de entregarle, sabiendo que el Padre le hab?a puesto todo en sus manos y que hab?a salido de Dios y a Dios volv?a, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ci??. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los disc?pulos y a sec?rselos con la toalla con que estaba ce?ido. Llega a Sim?n Pedro; ?ste le dice: ?Se?or, ?t? lavarme a m? los pies?? Jes?s le respondi?: ?Lo que yo hago, t? no lo entiendes ahora: lo comprender?s m?s tarde.? Le dice Pedro: ?No me lavar?s los pies jam?s.? Jes?s le respondi?: ?Si no te lavo, no tienes parte conmigo.? Le dice Sim?n Pedro: ?Se?or, no s?lo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.? Jes?s le dice: ?El que se ha ba?ado, no necesita lavarse; est? del todo limpio. Y vosotros est?is limpios, aunque no todos.? Sab?a qui?n le iba a entregar, y por eso dijo: ?No est?is limpios todos.? Despu?s que les lav? los pies, tom? sus vestidos, volvi? a la mesa, y les dijo: ??Comprend?is lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llam?is "el Maestro" y "el Se?or", y dec?s bien, porque lo soy. Pues si yo, el Se?or y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros tambi?n deb?is lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que tambi?n vosotros hag?is como yo he hecho con vosotros.

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

"Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros" (Lc 22, 15), dice Jes?s a sus disc?pulos al comienzo de su ?ltima cena antes de morir. En verdad, para Jes?s es un deseo de siempre, y tambi?n aquella tarde quiere estar con los suyos, los de ayer y los de hoy, incluidos nosotros. Es su ?ltimo d?a de vida, su ?ltima tarde, la ?ltima vez que est? con sus disc?pulos: los hab?a elegido para s?, hab?a cuidado de ellos, los hab?a amado, los hab?a protegido. Jes?s tiene apenas treinta y tres a?os, est? en la plenitud de la vida. Y sin embargo en menos de veinticuatro horas yacer? en el sepulcro. Esta tarde el Se?or desea ardientemente estar con nosotros. ?Y nosotros? ?Deseamos estar junto a ?l, aunque sea solo un poco? ?Sabemos ofrecerle ese poco de compa??a y de afecto del cual es todav?a capaz nuestro coraz?n? Si miramos cara a cara la realidad, hay que decir que ha sido siempre ?l quien ha hecho todo por estar junto a nosotros, por vincularnos al Evangelio. Esta tarde, la ?ltima de su vida, en un supremo impulso de amor, Jes?s sigue uni?ndose definitivamente a sus disc?pulos.
Hemos escuchado en las sagradas Escrituras que se sent? a la mesa con los Doce, tom? el pan y se lo reparti? diciendo: "Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros". Lo mismo hizo con el vino: "Esta es mi sangre derramada por vosotros". Son las mismas palabras que repetiremos dentro de poco sobre el altar, y ser? el mismo Se?or quien nos invite a cada uno de nosotros a alimentarse con el pan y el vino consagrados. Podr?amos decir que Jes?s ha "inventado" lo imposible (por lo dem?s, ?acaso el amor verdadero no sabe crear cosas imposibles?) para quedarse con nosotros, para continuar cerca de los disc?pulos de todo tiempo. No solo cerca sino incluso dentro de los disc?pulos: se convierte en alimento para nosotros, hombres y mujeres peregrinos por los caminos de este mundo. Ese pan y ese vino son medicina y sost?n para nuestra pobre vida: curan las enfermedades, nos liberan del pecado, nos alivian de la angustia y de la tristeza. Y no solo eso, nos hacen m?s semejantes a Jes?s, nos ayudan a vivir como ?l viv?a, a desear las cosas que ?l deseaba. Ese pan y ese vino hacen surgir en nosotros sentimientos de bondad, de servicio, de afecto, de ternura, de amor, de perd?n. Precisamente los mismos sentimientos de Jes?s.
La escena evang?lica del lavatorio de los pies que esta tarde se nos ha anunciado, muestra qu? significa para Jes?s ser pan repartido y vino derramado por nosotros y por todos. Avanzada la cena Jes?s se levanta de la mesa, se despoja de las vestiduras y se ci?e la cintura con una toalla; despu?s toma un lebrillo lleno de agua, se dirige hacia uno de los Doce, se arrodilla ante ?l y le lava los pies. Lo mismo hace con cada disc?pulo, incluso con Judas, que est? a punto de traicionarle. Jes?s lo sabe bien, pero se arrodilla igualmente y le lava los pies. Pedro es quiz? el ?ltimo. Apenas ve llegar a Jes?s junto a ?l reacciona: "Se?or, ?t? lavarme a m? los pies?". ?Pobre Pedro, a?n no ha entendido nada! No ha comprendido que a Jes?s no le interesa la dignidad que el mundo desea y busca de forma compulsiva. Jes?s una vez m?s se lo explica: "?Qui?n es mayor, el que est? a la mesa o el que sirve? ?No es el que est? a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22, 27). Jes?s ama a sus disc?pulos y a cada uno de nosotros con un amor ilimitado, en el sentido literal del t?rmino: verdaderamente sin fin. La dignidad para ?l no est? en quedarse de pie, erguido delante de los suyos, su dignidad est? en amar a sus disc?pulos hasta el fin, en arrodillarse a sus pies. Es su ?ltima gran lecci?n en vida: "?Comprend?is lo que he hecho con vosotros?" -dice al final del lavatorio-. "Vosotros me llam?is `el Maestro' y `el Se?or', y dec?s bien, porque lo soy. Pues si yo, el Se?or y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros tambi?n deb?is lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que tambi?n vosotros hag?is como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 12-15).
El mundo educa a quedarse de pie y exhorta a todos a permanecer as?. Y si falta espacio, justifica los empujones que echan fuera a quien nos obstaculiza o a quien constituye un impedimento. El Evangelio del Jueves Santo exhorta a los disc?pulos a inclinarse y lavarse los pies los unos a los otros. Es un mandamiento nuevo. No lo encontramos entre los hombres, no nace de nuestras tradiciones, todas ellas s?lidamente contrarias a ello. Tal mandamiento viene de Dios, es un gran don que recibimos esta tarde. Jes?s es el primero que lo pone en pr?ctica. ?Dichosos nosotros si lo comprendemos! En la Santa Liturgia de esta tarde el lavatorio de los pies es solo un signo, una indicaci?n del camino a seguir: lavarnos los pies los unos a los otros, empezando por los m?s d?biles, los enfermos, los ancianos, los m?s pobres, los m?s indefensos. El Jueves Santo nos ense?a c?mo vivir y por d?nde comenzar a vivir: la vida verdadera no es estar de pie, erguidos, firmes en nuestro orgullo; la vida seg?n el Evangelio es inclinarse hacia los hermanos y las hermanas, comenzando por los m?s d?biles. Es un camino que viene del cielo, y sin embargo es el camino m?s humano que podemos desear. Todos, de hecho, necesitamos amistad, afecto, comprensi?n, acogida, ayuda. Todos necesitamos a alguien que se incline hacia nosotros, como nosotros necesitamos inclinarnos hacia los hermanos y las hermanas. El Jueves Santo es verdaderamente un d?a humano: el d?a del amor de Jes?s, que baja hasta los pies de sus amigos. Y todos son sus amigos, incluso quien lo va a traicionar. Por parte de Jes?s ninguno es enemigo. Lavar los pies no es un gesto, es un modo de vivir.
Acabada la cena Jes?s se encamina hacia el Huerto de los Olivos. A partir de este momento no solo se arrodilla a los pies de los disc?pulos, sino que desciende m?s a?n si es posible para demostrar su amor. En el Huerto de los Olivos se arrodilla de nuevo, es m?s, se postra en tierra y suda sangre por el dolor y la angustia. Dej?monos arrastrar al menos un poco por este hombre que nos ama con un amor nunca visto en la tierra. Y mientras nos detenemos delante del sepulcro manifest?mosle nuestro afecto y nuestra amistad. ?Qu? amargas son las palabras que dijo a los tres que estaban con ?l en el huerto: "?Conque no hab?is podido velar una hora conmigo?" (Mt 26, 40). Hoy es el Se?or, m?s que nosotros, quien tiene necesidad de compa??a y de afecto. Escuchemos su s?plica: "Mi alma est? triste hasta el punto de morir; quedaos aqu? y velad conmigo" (Mt 26, 38). Inclin?monos sobre ?l y no le hagamos echar de menos el consuelo de nuestra cercan?a. Se?or, en esta hora no te daremos el beso de Judas, sino que como pobres pecadores nos inclinamos a tus pies, e imitando a la Magdalena, continuamos bes?ndolos con afecto.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.