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Memoria de los ap?stoles
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Memoria de los ap?stoles

Recuerdo de los ap?stoles Felipe y Santiago


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,6-14

Le dice Jes?s: ?Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por m?. Si me conoc?is a m?, conocer?is tambi?n a mi Padre;
desde ahora lo conoc?is y lo hab?is visto.? Le dice Felipe: ?Se?or, mu?stranos al Padre y nos basta.? Le dice Jes?s: ??Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe?
El que me ha visto a m?, ha visto al Padre.
?C?mo dices t?: "Mu?stranos al Padre"? ?No crees
que yo estoy en el Padre y el Padre est? en m??
Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta;
el Padre que permanece en m? es el que realiza las
obras. Creedme:
yo estoy en el Padre y el Padre est? en m?.
Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo:
el que crea en m?,
har? ?l tambi?n las obras que yo hago,
y har? mayores a?n,
porque yo voy al Padre. Y todo lo que pid?is en mi nombre,
yo lo har?,
para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me ped?s algo en mi nombre,
yo lo har?.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El recuerdo conjunto de estos dos ap?stoles se empez? a celebrar en el siglo VI, cuando se dedic? en Roma la Bas?lica de los Santos Ap?stoles, donde fueron depositadas sus reliquias. Felipe, nativo de Betsaida, es uno de los primeros a los que llama Jes?s. A ?l le pregunta Jes?s en la primera multiplicaci?n de panes cu?ntos panes hay para la muchedumbre. Y a Felipe se dirigen los dos griegos que quieren ver a Jes?s. Tambi?n es ?l quien pide a Jes?s: "Mu?stranos al Padre y nos basta". Seg?n una antigua tradici?n, Felipe predic? el Evangelio en Asia Menor y muri? m?rtir en Frigia. El ap?stol Santiago, por su parte, es identificado con el hijo de Alfeo y al mismo tiempo con el hermano de Jes?s, que luego se convirti? en el primer responsable de la comunidad judeocristiana de Jerusal?n. A ?l se atribuye la primera de las cartas cat?licas, dirigida a los judeocristianos de la di?spora. Explica la tradici?n que muri? tras ser tirado desde el pin?culo del templo mientras rezaba con las mismas palabras de Jes?s: "Se?or, perd?nalos porque no saben lo que hacen". Son espl?ndidas las palabras con las que Agust?n canta el amor de los ap?stoles que llegan al martirio: "Considerad, hermanos, el alcance del evento por el que unos hombres fueron invitados en todo el mundo a anunciar sobre un hombre muerto que hab?a subido al cielo y a causa de dicho anuncio sufrieron todo lo que el mundo insensato les impon?a: p?rdidas, exilio, c?rcel, tormentos, llamas, fieras, cruces y muerte. ?Acaso muri? Pedro por una gloria personal? Alguno mor?a para honor de otro; uno era asesinado para que otro recibiera adoraci?n. ?Podr?a hacer todo eso quien no estuviera impulsado por el fuego de la caridad y de la ?ntima conciencia de la verdad?". Todo eso nac?a de haber estado con Jes?s, de haber conocido a aquel maestro que hab?a cambiado su vida. El Evangelio nos muestra a Jes?s como el camino, la verdad y la vida. ?l les llevar? hasta el Padre. Felipe, en nombre de todos, pide: "Mu?stranos al Padre y nos basta". Jes?s responde con reproche impregnado de aflicci?n: "?Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a m?, ha visto al Padre". Tocamos as? el coraz?n de la fe cristiana. A Dios lo encontramos a trav?s de Jes?s. "A Dios nadie le ha visto nunca", escribe Juan en su primera ep?stola (4, 12). Jes?s nos lo revela. Felipe y Santiago, con su testimonio, nos lo contin?an repitiendo para que aumente nuestra fe.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.