ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 1,9-17

A mi yegua, entre los carros de Fara?n,
yo te comparo, amada m?a. Graciosas son tus mejillas entre los zarcillos,
y tu cuello entre los collares. Zarcillos de oro haremos para ti,
con cuentas de plata. - Mientras el rey se halla en su div?n,
mi nardo exhala su fragancia. Bolsita de mirra es mi amado para m?,
que reposa entre mis pechos. Racimo de alhe?a es mi amado para m?,
en las vi?as de Engad?. - ?Qu? bella eres, amada m?a,
qu? bella eres!
?Palomas son tus ojos! - ?Qu? hermoso eres, amado m?o,
qu? delicioso!
Puro verdor es nuestro lecho. - Las vigas de nuestra casa son de cedro,
nuestros artesonados, de cipr?s.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estos vers?culos parecen un eco del matrimonio de Salom?n con la hija del rey de Egipto, un episodio que los estudiosos piensan est? en la base del Cantar. Y esto explicar?a tambi?n la centralidad que Salom?n tiene en toda la composici?n, en especial en el momento de la descripci?n de su matrimonio. El ejemplo de la yegua del carro del fara?n evoca un episodio proverbial de la antig?edad: un general enemigo, para contrastar la carga del carro del fara?n que era empujada por un semental, liber? una yegua en celo y el caballo del fara?n enloqueci? al verla. En este ejemplo podemos leer la locura de Dios por su pueblo, por su Comunidad. En efecto, todas las p?ginas de las Sagradas Escrituras no hacen m?s que narrar este amor inconcebible y extraordinario de Dios hacia los hombres. ?l deja incluso el cielo para venir a la tierra y vivir un amor inimaginable a los ojos de la raz?n. Si el Se?or mismo no nos lo hubiera revelado, ni siquiera lo habr?amos comprendido. Y todav?a hoy, aun habiendo visto cosas extraordinarias y habiendo o?do palabras inimaginables, a veces somos tan mezquinos y estamos tan testarudamente replegados sobre nosotros mismos que no nos damos cuenta de ese amor. Por lo dem?s, la "cruz" que Jes?s ha escogido, ?no es el signo de la incre?ble altura del amor de Dios por nosotros? Estas palabras del Cantar, si las insertamos en ese horizonte, muestran la intensidad de la secuencia de cumplidos que se intercambian la amada y el amado. Despu?s del elogio de la amada por parte del Se?or, el autor muestra el abrazo entre los dos -es el abrazo entre el Se?or y su Iglesia- que los estrecha en una comuni?n plena de amor. El lenguaje concreto, f?sico, con el que se describe ese amor es una invitaci?n a dejarnos envolver por este santo abrazo. Claro, debemos pedir que tengamos en nuestro coraz?n los sentimientos que aquella mujer tiene hacia el Se?or, y reconocer la gran admiraci?n que el Se?or siente por su Iglesia. A nosotros, que con tanta frecuencia estamos concentrados s?lo en nosotros mismos, se nos escapa la altura, la amplitud, la profundidad del misterio del amor de Dios por nosotros. Con prontitud nos olvidamos de Dios y de la Iglesia. El autor sagrado nos invita a tener en nuestra boca las palabras de alabanza de la mujer por el amado y las del amado por la Iglesia. Dice el Se?or a su Iglesia mientras elogia sus joyas: "Qu? hermosura tu cara entre zarcillos, tu cuello entre collares". Es el elogio por las obras bellas y buenas del amor que adornan a la Iglesia. ?C?mo no recordar lo que el di?cono Lorenzo respondi? al emperador que le pidi? llevarle los tesoros de la Iglesia? Le mostr? los pobres a los que la Iglesia ayudaba y le dijo: "Estos son los tesoros de la Iglesia". En el Cantar, el Se?or promete regalarle otros tesoros. Tambi?n aqu? nos vienen a la mente las palabras de Jes?s a los ap?stoles: "el que crea en m?, har? ?l tambi?n las obras que yo hago, y har? mayores a?n" (Jn 14, 12). Es la inimaginable riqueza que viene del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.