ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado
Viernes 13 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 3,1-12

Hijo m?o, no olvides mi lecci?n,
en tu coraz?n guarda mis mandatos, pues largos d?as y a?os de vida
y bienestar te a?adir?n. La piedad y la lealtad no te abandonen;
?talas a tu cuello,
escr?belas en la tablilla de tu coraz?n. As? hallar?s favor y buena acogida
a los ojos de Dios y de los hombres. Conf?a en Yahveh de todo coraz?n
y no te apoyes en tu propia inteligencia; recon?cele en todos tus caminos
y ?l enderezar? tus sendas. No seas sabio a tus propios ojos,
teme a Yahveh y ap?rtate del mal: medicina ser? para tu carne
y refrigerio para tus huesos. Honra a Yahveh con tus riquezas,
con las primicias de todas tus ganancias: tus trojes se llenar?n de grano
y rebosar? de mosto tu lagar. No desde?es, hijo m?o, la instrucci?n de Yahveh,
no te d? fastidio su reprensi?n, porque Yahveh reprende a aquel que ama,
como un padre al hijo querido.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hasta dos veces el Se?or se dirige a nosotros como a hijos. "Hijo m?o", dice al inicio y al final de este pasaje, y despu?s "hijo amado". Es como una s?plica pero tambi?n el recuerdo de lo que somos realmente. En efecto, el texto insiste esta vez en la necesidad de reconocer nuestra dependencia de Dios y por tanto de confiar en ?l: "Conf?a en el Se?or de todo coraz?n y no te f?es de tu inteligencia... No presumas de sabio, teme al Se?or y evita el mal". No es un acto de desconfianza en la inteligencia humana, sino m?s bien una advertencia a tener conciencia de nuestra situaci?n. A veces nos creemos sabios, nos comportamos con seguridad y arrogancia, como si solos estuvi?ramos siempre en grado de decidir por el bien. Sin embargo, necesitamos no "olvidar la instrucci?n de Dios" y custodiar su palabra para que nuestra vida est? en paz y seamos capaces de tomar las decisiones justas. Nunca nos deben abandonar "el amor y la lealtad". El texto nos invita: "?talas a tu cuello, gr?balas en la tablilla de tu coraz?n", para que no se borren. Pero cu?ntas veces el amor y la lealtad desaparecen cuando nos escuchamos a nosotros mismos y queremos tener siempre la raz?n imponi?ndonos sobre los dem?s con prepotencia. La consecuencia de una vida buena y fiel es "estima y aceptaci?n", lo contrario de quien piensa que para tener ?xito es necesario ocuparse de los propios asuntos e imponerse sobre los dem?s. En definitiva, el autor recuerda los deberes hacia el Se?or, de quien hemos recibido tanto: "Honra al Se?or con tus riquezas, con las primicias de todas tus ganancias: tus graneros se colmar?n de grano y tus lagares rebosar?n de mosto". Recordemos el dicho evang?lico: "a todo el que tiene, se le dar? y le sobrar?; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitar?". Muchas veces no tenemos porque no sabemos dar ni a Dios ni a los hombres. La gratuidad del don enriquece la existencia, la avaricia la empobrece. Quiz? aqu? nuestro texto se refiere a las primicias que cada a?o cada uno deb?a ofrecer al sacerdote en el templo como reconocimiento del don recibido por el Se?or. En efecto, ante ?l siempre estamos en deuda y no podemos mostrar ninguna pretensi?n. Dej?monos corregir por el Se?or para vivir en la bondad en la paz y enriquecernos ante ?l y ante los hombres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.