ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 30 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tercera Juan 1,9-15

He escrito alguna cosa a la Iglesia; pero Di?trefes, ese que ambiciona el primer puesto entre ellos, no nos recibe. Por eso, cuando vaya, le recordar? las cosas que est? haciendo, critic?ndonos con palabras llenas de malicia; y como si no fuera bastante, tampoco recibe a los hermanos, impide a los que desean hacerlo y los expulsa de la Iglesia. Querido, no imites lo malo, sino lo bueno. El que obra el bien es de Dios; el que obra el mal no ha visto a Dios. Todos, y hasta la misma Verdad, dan testimonio de Demetrio. Tambi?n nosotros damos testimonio y sabes que nuestro testimonio es verdadero. Tengo mucho que escribirte, pero no quiero hacerlo con tinta y pluma. Espero verte pronto y hablaremos de viva voz. La paz sea contigo. Los amigos te saludan. Saluda a los amigos, a cada uno en particular.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El "presb?tero" empieza esta segunda parte de la ep?stola criticando la actitud de Di?trefes, que tal vez es el jefe de la comunidad y que el presb?tero quiere que vuelva a comprender el verdadero sentido del servicio. Di?trefes parece realmente alejado de la sensibilidad del Evangelio que impone la ejemplaridad de conducta a quien gu?a la comunidad. En este caso se trata adem?s de la actitud hacia los primeros predicadores itinerantes. Si se debe honor y acogida a todo extranjero, como recuerda la Ep?stola a los Hebreos, ?acaso no se debe tambi?n a los hermanos en la fe que trabajan para comunicar el Evangelio? Podemos aplicarnos lo mismo tambi?n a nosotros hoy para recordar la atenci?n y el respeto que debemos tener hacia aquellos que, en un mundo dif?cil y complejo como el nuestro, gastan su vida para comunicar el Evangelio, para edificar a las comunidades, para llevar consuelo y ayuda a los d?biles. No pocas veces pasa que, estando dominados por nosotros mismos como estamos, en lugar de ayudar, ponemos obst?culos a estos hermanos nuestros con nuestra dureza, nuestra incomprensi?n o peor a?n con nuestra indiferencia. Por eso es importante escuchar tambi?n hoy la advertencia de la ep?stola: "Querido, no imites lo malo, sino lo bueno". Deber?amos imitar el impulso evang?lico de estos hermanos nuestros y comprometernos tambi?n nosotros para comunicarlo all? donde vivimos. Si actuamos as?, venimos de Dios. Si permanecemos en nuestro egocentrismo, tiene raz?n la ep?stola: no vemos a Dios (v. 11). Demetrio, que tal vez es uno de estos misioneros, se presenta ante nosotros como un ejemplo, para que sigamos sus pasos. Se dice de ?l que todos dan testimonio. Eso es lo que se sucede a la comunidad cristiana cuando se hace testigo del amor a Dios y a los hombres. Eso es lo que hac?a la primera comunidad de Jerusal?n que gozaba de la "simpat?a" de todo el pueblo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.