Recuerdo de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas. Leer más
Recuerdo de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.
Lectura de la Palabra de Dios
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
N?meros 21,4-9
Partieron de Hor de la Montaña, camino del mar de Suf, rodeando la tierra de Edom. El pueblo se impacientó por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: "?Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? Pues no tenemos ni pan ni agua, y estamos cansados de ese manjar miserable." Envió entonces Yahveh contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. El pueblo fue a decirle a Moisés: "Hemos pecado por haber hablado contra Yahveh y contra ti. Intercede ante Yahveh para que aparte de nosotros las serpientes," Moisés intercedió por el pueblo. Y dijo Yahveh a Moisés: "Hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá." Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
La página del libro de los Números que hemos escuchado relata uno de los momentos más críticos del camino del pueblo de Israel en el desierto. Debilitados por el cansancio, los israelitas muestran todo su descontento a Dios y a Moisés. Llegan a añorar el tiempo de la esclavitud en Egipto: “?Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? Pues no tenemos ni pan ni agua, y estamos hastiados de ese manjar miserable” (v. 5). La añoranza del pasado nace cuando se desvanece el sueño, cuando se renuncia a la visión y al proyecto en el que Dios nos pide participar. Entonces se repliega sobre uno mismo, se deja prevalecer la pereza, la resignación, la nostalgia del pasado, y el lamento prevalece sobre todo y sobre todos. Aparecen así las serpientes venenosas que muerden indiscriminadamente y matan a la gente. No es Dios quien las manda, somos nosotros mismos los que esparcimos veneno en el campo, los que nos convertimos con nuestras lenguas ponzoñosas, en serpientes que llegan incluso a matar. ?Cuántas veces, ya sea entre personas, grupos, facciones o pueblos, se destruye mutuamente ?aunque solo sea con las palabras-, y no se llega ni siquiera a dialogar! La conciencia del pecado empuja a los israelitas a dirigirse a Moisés para que interceda ante el Señor. Y el Señor interviene una vez más: hace construir una serpiente de bronce y levantarla en medio del campo, para que quien la mire después de ser mordido se salve. El desierto, convertido en un lugar de muerte también a causa del veneno que los hombres esparcen entre ellos, se transforma en lugar de salvación gracias a esa serpiente alzada sobre un mástil. Las palabras finales de esta página bíblica nos remiten directamente a la Cruz, que en pocos días será plantada sobre el Gólgota y que todos nosotros estamos invitados a contemplar y a acoger en el corazón. En este tiempo de Cuaresma las páginas bíblicas que nos acompañan, día tras día, son una ayuda eficaz para purificar nuestros ojos y poder volverlos hacia “el que atravesaron” por nuestra salvación.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.