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Memoria de los pobres
Lunes 12 de septiembre

Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 11,17-26.33

Y al dar estas disposiciones, no os alabo, porque vuestras reuniones son más para mal que para bien. Pues, ante todo, oigo que, al reuniros en la asamblea, hay entre vosotros divisiones, y lo creo en parte. Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros. Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ?No tenéis casas para comer y beber? ?O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ?Qué voy a deciros? ?Alabaros? ?En eso no los alabo! Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: ?Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.? Asimismo también la copa después de cenar diciendo: ?Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.? Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la Cena, esperaos los unos a los otros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, después de haber hablado de la centralidad de la Eucaristía en la vida de la comunidad, explica cómo deben ser las cenas eucarísticas. También en el pasaje anterior (en el que se abordaba el vestir de las mujeres) Pablo se refería a la asamblea litúrgica, momento central de la vida de la comunidad cristiana. La Eucaristía era realmente la fuente de la nueva vida y de los nuevos comportamientos de los creyentes. Es la fuente y la culminación de la vida cristiana, como dirá, veinte siglos después, el Vaticano II. En el tiempo de Pablo la eucaristía se celebraba al terminar una cena común que reunía a toda la comunidad. Pues bien, a veces algunos tomaban los alimentos sin tener en cuenta para nada a los pobres, mostrando así distancia y desinterés en lugar de comunión y amor. Con su comportamiento traicionaban directamente el sacramento de la unidad. El apóstol sabe que en la comunidad no todo es escuchado y que a veces es bueno que haya limitaciones y correcciones: "Tiene que haber entre vosotros disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son los auténticos entre vosotros" (v. 19). Pero cuando está alrededor del único pan, la comunidad debe ser "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32). Pablo, por eso, no duda en definir como sacrilegio el egoísmo que se manifestaba en la cena del Señor. Y para defender la primacía de la comunión en la comunidad narra la institución de la eucaristía. Él la había recibido y la transmite. Es el tesoro más valioso de la Iglesia. Para el apóstol es evidente que la fraternidad en la comunidad está íntimamente vinculada a la celebración de la eucaristía, memorial de Cristo. Mientras celebramos la comunión con Cristo, no la podemos negar con un comportamiento egoísta y de desprecio por los demás. El cuerpo "partido" y el vino "derramado" por los demás muestran cuál debe ser el espíritu con el que hay que participar en la celebración eucarística. También a los discípulos se les pide que vivan no para ellos mismos sino para los demás, sobre todo en la celebración de la Eucaristía.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.