Recuerdo de san Lucas, evangelista y autor de los Hechos de los Apóstoles. Según la tradición fue médico y pintor.
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Recuerdo de san Lucas, evangelista y autor de los Hechos de los Apóstoles. Según la tradición fue médico y pintor.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Lucas 1,1-4
Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Hoy la Iglesia recuerda al autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Las palabras que hemos escuchado abren la narración evangélica lucana. Estas palabras ya demuestran el respeto con el que Lucas trata la Palabra de Dios. No se promueve a sí mismo ni quiere destacar su presencia. Ni siquiera dice su nombre. Sin duda pertenece a la clase culta de su tiempo, conoce las grandes obras históricas y literarias de la época. Sin embargo, se considera un ministro al servicio de la misma Palabra que quiere transmitir con fidelidad absoluta a todos aquellos que, como él, quizás no han conocido personalmente a Jesús, pero que han experimentado la fe dentro de la comunidad cristiana. Algunos lo sitúan entre los setenta y dos y otros lo identifican con el segundo discípulo de Emaús, y le atribuyen también el papel de pintor de la Virgen. La Iglesia, incluyendo esta obra suya entre los Libros santos, ha reconocido en él a un creyente inspirado por Dios que intentó que el mensaje cristiano entrara en diálogo con la cultura del tiempo. Lucas, al que se nombra en la segunda Epístola a Timoteo (4,11), recoge en sus escritos el testimonio de los apóstoles sobre el Señor y sobre las primeras comunidades, sobre todo las fundadas por Pablo, de quien había sido seguidor. En sus páginas evangélicas nos comunica el crecimiento de la comunidad de los discípulos, atraídos por la misericordia de Jesús y por su compasión sin límites por los pobres y por los enfermos sin excluir a nadie. Lucas da muestra del milagro de este amor misericordioso que todavía hoy, a través de su obra escrita, continúa curando el corazón de muchos. Su Evangelio, que relata lo que dijo e hizo Jesús, y los Hechos de los Apóstoles, que narran las vicisitudes de la comunidad cristiana desde Jerusalén hasta Roma, son un testigo vivo de la historia de la Iglesia, que, movida por el Espíritu Santo, no tiene miedo de confiarse al Señor y de comunicar la buena noticia hasta los confines de la tierra.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.