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Oraci?n por la Paz
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Oraci?n por la Paz

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oraci?n por la Paz
Lunes 19 de agosto

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jueces 2,11-19

Entonces los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba a Yahveh y sirvieron a los Baales. Abandonaron a Yahveh, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor; se postraron ante ellos, irritaron a Yahveh; dejaron a Yahveh y sirvieron a Baal y a las Astartés. Entonces se encendió la ira de Yahveh contra Israel. Los puso en manos de salteadores que los despojaron, los dejó vendidos en manos de los enemigos de alrededor y no pudieron ya sostenerse ante sus enemigos. En todas sus campañas la mano de Yahveh intervenía contra ellos para hacerles daño, como Yahveh se lo tenía dicho y jurado. Los puso así en gran aprieto. Entonces Yahveh suscitó jueces que los salvaron de la mano de los que los saqueaban. Pero tampoco a sus jueces los escuchaban. Se prostituyeron siguiendo a otros dioses, y se postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido sus padres, que atendían a los mandamientos de Yahveh; no los imitaron. Cuando Yahveh les suscitaba jueces, Yahveh estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos mientras vivía el juez, porque Yahveh se conmovía de los gemidos que proferían ante los que los maltrataban y oprimían. Pero cuando moría el juez, volvían a corromperse más todavía que sus padres, yéndose tras de otros dioses, sirviéndoles y postrándose ante ellos, sin renunciar en nada a las prácticas y a la conducta obstinada de sus padres.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El libro de los Jueces es una continuación del libro de Josué. Entre los dos hay muchos paralelismos pero también un profundo contraste: tras la prosperidad del tiempo de Josué llegan momentos de desgracia, de llanto y de culpa provocados por la traición de Israel con los dioses cananeos. Este pasaje presenta un resumen de lo que en todo el periodo de los Jueces le pasa al pueblo de Israel: al pecado de traición del pueblo le responde el castigo de Dios que interviene luego enviando a un nuevo Juez. Cuando cesa la idolatría, el pueblo puede recuperar la paz y cuando la idolatría vuelve, entonces la violencia y la muerte se apoderan nuevamente de Israel. La idolatría siempre genera muerte. Solo el Señor es Dios de vida. Cada vez que los hombres ponen el dinero, el poder, su propio yo, el éxito, el beneficio, o la etnia, la nación o cualquier otra criatura en el lugar de Dios, caen en la espiral de la violencia que solo lleva a la destrucción. La violencia siempre comporta la muerte. Los hombres, cuando se hacen esclavos de los ídolos, llegan incluso a destruirse entre ellos. El esquematismo que presenta el texto no es un simple artificio literario; es más bien la constatación de la continuidad de la tentación idólatra. Cada vez que el pueblo, o incluso un solo creyente, se obedece solo a sí mismo o a su instinto egocéntrico, pone su vida al servicio del ídolo de turno y olvida al Señor. Y la vida se pierde, como indica el autor: "volvían a corromperse más todavía que sus padres, yéndose tras de otros dioses". Todos sabemos que es muy fácil olvidar al Señor y lo que Él ha hecho por nosotros. El Señor, que es fiel a su pacto, no nos abandona y envía a un "juez", es decir, a un representante, un padre, un pastor, un profeta, un hermano mayor que nos guía y nos hace comprender cuáles son sus caminos. El juez no habla de sí mismo o por iniciativa personal, sino en nombre de Dios. Y pasó que Israel, escuchando las palabras del "juez", es decir, siguiendo al Señor y actuando de acuerdo con su Palabra, se convirtió en un pueblo fuerte, con muchas defensas, capaz de convivir serenamente con los demás pueblos vecinos. Por eso no teme la amenaza de quienes tienen una fe distinta, porque está bien arraigado en la fe de los Padres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.