ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Mi?rcoles 25 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 15,1-4

Luego vi en el cielo otra señal grande y maravillosa: siete Ángeles, que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consuma el furor de Dios. Y vi también como un mar de cristal mezclado de fuego, y a los que habían triunfado de la Bestia y de su imagen y de la cifra de su nombre, de pie junto al mar de cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: ?Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios Todopoderoso;
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de las naciones! ?Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre?
Porque sólo tú eres santo,
y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti,

porque han quedado de manifiesto tus justos
designios?.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con esta página se abre la última serie de siete antes del cumplimiento: estamos al final de los tiempos y el juicio está a punto de llegar. Los siete ángeles que tocan las trompetas ahora son sustituidos por siete ángeles que llevan una copa cada uno en la mano. El apóstol muestra un mar de cristal sobre el que están de pie los testigos de Cristo, aquellos que han resistido a la Bestia. Y aquellos, como hicieron los judíos al salir del Mar Rojo, cantaron un himno de alabanza al Señor por sus maravillas; no cantan su testimonio, no proclaman sus alabanzas, no reivindican privilegios por sus obras, como solemos hacer nosotros. Ellos alaban las grandes y maravillosas obras de Dios. El Señor, en efecto, es quien los ha fortalecido, los ha salvado y protegido. Tienen clara la primacía de Dios sobre su vida y sobre toda la historia humana. El Apocalipsis les pone delante de nuestros ojos para que nos enseñen cómo debemos ponernos ante Dios y cómo tenemos que dirigirle a él nuestra alabanza. Su canto está punteado por pasajes bíblicos, como si quisieran sugerirnos el valor de la Biblia para nuestra oración. Pensemos, por ejemplo, en la belleza de la oración de los salmos. Tienen razón quienes afirman que los salmos son las oraciones que Dios ha puesto en nuestros labios para que cuando las digamos estemos seguros de que llegan a su corazón y le afectan. Al finalizar el canto, Juan ve abrirse en el cielo la tienda del testimonio. En la tradición de Israel aquella tienda era el lugar de la manifestación de Dios a su pueblo, lugar no de la ira o del castigo sino de la misericordia y del amor. Toda asamblea de oración debe ser una tienda del testimonio y de la misericordia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.