ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Oración con María, madre del Señor

Recuerdo de los santos Addai y Mari, fundadores de la Iglesia caldea. Oración por los cristianos de Irak. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 28 de mayo

Recuerdo de los santos Addai y Mari, fundadores de la Iglesia caldea. Oración por los cristianos de Irak.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 10,28-31

Pedro se puso a decirle: ?Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.? Jesús dijo: ?Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las palabras de Pedro, que se convirtió en portavoz de los demás apóstoles, ponen de manifiesto una conducta opuesta a la del rico que escuchamos ayer. De hecho, lo dejaron todo y le siguieron. Así pues, hay alguien que ha respondido a la llamada de Jesús: es ese nosotros que Pedro utiliza en nombre de los primeros discípulos y de todos los que se abandonan confiadamente a la invitación del Señor. La toma de conciencia de Pedro permite a Jesús profundizar en el sentido del seguimiento: no es un sacrificio ni una pérdida frente a una vida que habría sido más rica y feliz. El Evangelio muestra la verdadera riqueza que obtienen los discípulos de Jesús. Al dejarlo todo para seguirle, reciben ya ahora, es decir, en esta tierra, el céntuplo de lo que dejaron, junto con las persecuciones (y Jesús no deja de señalarlo) y, en el futuro, recibirán la vida eterna. La comunidad de los creyentes se convierte, para cada discípulo, en madre, hermano, hermana y casa. Y esta fraternidad no terminará nunca. La hipérbole del "céntuplo" muestra el sentido de abundancia y la calidad de riqueza que recibe quien sigue el Evangelio. Las palabras de Jesús no son tanto un consuelo para los discípulos, sino que expresan la realidad del nosotros de la Iglesia, la familia de Dios, en la que todos sin exclusión se encuentran formando parte y compartiendo su alegría y riqueza. No nos dejemos engañar por el espíritu del mundo, dominado por la dictadura del dinero y del materialismo. Ya hoy, en esta vida, seguir a Jesús nos da una existencia llena de hermanos, hermanas, padres, madres e hijos. Es la vida en la Iglesia, en la que verdaderamente los últimos, es decir, los que no tuvieron miedo de dejar algo de sí mismos para seguir a Jesús, se encontrarán los primeros, no por sus méritos, sino por la abundancia de la gracia de Dios, y podrán dar testimonio al mundo de la alegría de su elección.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.