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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

VI del tiempo ordinario
Recuerdo de los santos Cirilo (†869) y Metodio (†885), padres de las Iglesias eslavas y patrones de Europa.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 14 de febrero

VI del tiempo ordinario
Recuerdo de los santos Cirilo (†869) y Metodio (†885), padres de las Iglesias eslavas y patrones de Europa.


Primera Lectura

Lev?tico 13,1-2.45-46

Yahveh habló a Moisés y a Aarón, diciendo: Cuando uno tenga en la piel de su carne tumor, erupción o mancha blancuzca brillante, y se forme en la piel de su carne como una llaga de lepra, será llevado al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes. El afectado por la lepra llevará los vestido rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: "¡Impuro, impuro!" Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada.

Salmo responsorial

Salmo 31 (32)

?Dichoso el que es perdonado de su culpa,
y le queda cubierto su pecado!

Dichoso el hombre a quien Yahveh
no le cuenta el delito,
y en cuyo esp?ritu no hay fraude.

Cuando yo me callaba, se sum?an mis huesos
en mi rugir de cada d?a,

mientras pesaba, d?a y noche,
tu mano sobre m?;
mi coraz?n se alteraba como un campo
en los ardores del est?o. Pausa.

"Mi pecado te reconoc?,
y no ocult? mi culpa;
dije: ""Me confesar?
a Yahveh de mis rebeld?as.""
Y t? absolviste mi culpa,
perdonaste mi pecado. Pausa. "

Por eso te suplica todo el que te ama
en la hora de la angustia.
Y aunque las muchas aguas se desborden,
no le alcanzar?n.

T? eres un cobijo para m?,
de la angustia me guardas,
est?s en torno a m? para salvarme. Pausa.

Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;
fijos en ti los ojos, ser? tu consejero.

No seas cual caballo o mulo sin sentido,
rienda y freno hace falta para domar su br?o,
si no, no se te acercan.

Copiosas son las penas del imp?o,
al que conf?a en Yahveh el amor le envuelve.

?Alegraos en Yahveh,
oh justos, exultad,
gritad de gozo, todos los de recto coraz?n!

Segunda Lectura

Primera Corintios 10,31-11,1

Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven. Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,40-45

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ?Si quieres, puedes limpiarme.? Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ?Quiero; queda limpio.? Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ?Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.? Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homil?a

El pasaje del Evangelio se abre con una observación directa: "Se le acerca un leproso". Era realmente extraño que un leproso se atreviera a acercarse a alguien, ya que tenían la obligación de mantenerse alejados de la gente. La exclusión de la convivencia con los demás hacía que esta enfermedad fuera aún más terrible de lo que ya era de por sí. Hemos vivido durante meses y meses, durante la pandemia del coronavirus, las dificultades causadas por la obligación del aislamiento para evitar el contagio. Ha habido muchas reflexiones sobre esto, pero todas convergían en el hecho de que llega el momento en el que es necesario restaurar las relaciones directas: estamos hechos para estar juntos y en relación; y hemos advertido el peligro de que la obligación de aislarnos adecuadamente se convirtiera en una soledad perjudicial. Pensar en el aislamiento del leproso, nos debe hacer pensar en otro aislamiento, aquel con el que empujamos a los márgenes de la vida a una multitud innumerable de hombres y mujeres, de pequeños y grandes, pobres, ancianos, gitanos, emigrantes, prisioneros y personas que están solas; y no nos faltan tampoco las justificaciones legales para mantenerles alejados.
Aquel leproso del Evangelio logró superar la barrera que le separaba de Jesús. Había intuido que no le rechazaría. Ya se conocían su misericordia y su afecto, o más bien su preferencia por los pobres y los enfermos. En todas partes se creaba un clima nuevo, una atmósfera llena de compasión y misericordia que atraía a los enfermos, los pecadores, los pobres e incluso los leprosos. Acudían a él desde todos los lugares. Aquel leproso se postró a los pies de Jesús, no usó muchas palabras, no se puso a explicar su enfermedad, dijo simplemente pero con fe: "Si quieres, puedes limpiarme". No dudaba de que Jesús podía curarle; pero, ?lo quería hacer? La desconfianza de los demás hacia él también se había convertido en desconfianza de él hacia los demás; pero Jesús suscita la esperanza. La desesperación de ese leproso ante Jesús se transformó en fe y oración; y Jesús, el compasivo, no podía dejar de escucharlo: extendió su mano, le tocó y le transmitió la energía de la vida. Aquel leproso revivió como una planta marchita que florece rápidamente.
Esta escena evangélica nos empuja a encontrar y escuchar, a tocar y sentir la gran necesidad de salvación que tienen los millones de "leprosos" de hoy. Con su respuesta, Jesús nos muestra cuál es la voluntad de Dios con respecto al mal, sea cual sea: "Quiero; queda limpio". Sí, la voluntad de Dios es muy clara: luchar contra todo tipo de mal, contra todo tipo de marginación, de distancia, de exclusión. Tal vez precisamente porque había sido tocado por este amor absolutamente único e inimaginable, le fue imposible a aquel hombre permanecer en silencio. Por eso debemos desearnos que también para nosotros sea imposible callar. Aquel leproso no obedeció y divulgó tanto aquel episodio que Jesús ya no podía entrar en las ciudades debido al gran número de personas que le buscaban. Jesús, que no deseaba el placer de los hombres sino el de su Padre, se retiraba a distintos lugares. Sin embargo, la gente no le perdió de vista y continuaba yendo tras él. Hoy, más que ayer, necesitamos a un "hombre" que camine en medio de nosotros como Jesús sabía hacer. Esta es la vocación misma de la Iglesia y de cada discípulo aún hoy.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.