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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de Zacar?as y de Isabel, que en su vejez concibi? a Juan el Bautista. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Recuerdo de Zacar?as y de Isabel, que en su vejez concibi? a Juan el Bautista.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en m?
no morir? jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 16,9-15

?Yo os digo: Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo m?nimo, lo es tambi?n en lo mucho; y el que es injusto en lo m?nimo, tambi?n lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ?qui?n os confiar? lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ?qui?n os dar? lo vuestro? ?Ning?n criado puede servir a dos se?ores, porque aborrecer? a uno y amar? al otro; o bien se entregar? a uno y despreciar? al otro. No pod?is servir a Dios y al Dinero.? Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de ?l. Y les dijo: ?Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si t? crees, ver?s la gloria de Dios,
dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje evang?lico exhorta al disc?pulo a no dejarse dominar por las riquezas, a no ser su esclavo y a no ponerlas solo a su servicio y al servicio de su beneficio. Dios nos dio las riquezas para que, adem?s de nosotros, beneficiaran tambi?n a los dem?s, sobre todo a los m?s pobres, a aquellos que necesitan ayuda. Los pobres son nuestros verdaderos amigos y nuestra atenci?n misericordiosa debe ser en primer lugar para ellos. Por eso Jes?s exhorta a dar limosna, a ocuparse de quien es d?bil y necesita ayuda. Si actuamos as?, sin duda les ayudamos y al mismo tiempo ponemos en manos seguras nuestras riquezas. Los pobres a los que hemos ayudado -seg?n repite la antigua tradici?n patr?stica- nos acoger?n en las puertas del cielo y nos acompa?ar?n a las "eternas moradas". Con estas palabras se confirma una vez m?s que el camino maestro para entrar en el reino de los cielos es el amor por los pobres. Se trata no simplemente de darles limosna -algo que ya de por s? hay que apreciar enormemente- sino de ser sus amigos. Inclinarse hacia ellos aleja una religiosidad farisaica que es b?sicamente egoc?ntrica, y libra de la esclavitud de la riqueza, que a menudo es fuente de violencia y de conflicto. El amor por los pobres nos hace libres de servir al Se?or y a su Evangelio. Las palabras de Jes?s son de una claridad cristalina: no podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo. Porque o somos esclavos de uno o del otro. Y por desgracia la cultura de hoy nos impulsa hacia la que muchas veces hemos llamado la esclavitud del materialismo: depositar en las riquezas nuestro ideal de vida. ?Y cu?ntas veces en el altar de las riquezas se sacrifican los afectos y la misma vida! La historia cristiana no deja de poner frente a nuestros ojos a testimonios ejemplares de la libertad que se adquiere abandonando las riquezas y dej?ndose atraer por el amor. Un solo ejemplo: Francisco de As?s, que se despoj? incluso de sus vestidos para entregarse por completo al Evangelio. Todav?a hoy es un testimonio extraordinario de amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.