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Memoria de la Madre del Se?or
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Memoria de la Madre del Se?or

Recuerdo de los atentados terroristas perpetrados en EEUU en 2001; recuerdo de las v?ctimas del terrorismo y de la violencia, y oraci?n por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or
Martes 11 de septiembre

Recuerdo de los atentados terroristas perpetrados en EEUU en 2001; recuerdo de las v?ctimas del terrorismo y de la violencia, y oraci?n por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,43-49

?Porque no hay ?rbol bueno que d? fruto malo y, a la inversa, no hay ?rbol malo que d? fruto bueno. Cada ?rbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del coraz?n saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el coraz?n habla su boca. ??Por qu? me llam?is: "Se?or, Se?or", y no hac?is lo que digo? ?Todo el que venga a m? y oiga mis palabras y las ponga en pr?ctica, os voy a mostrar a qui?n es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cav? profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundaci?n, rompi? el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya o?do y no haya puesto en pr?ctica, es semejante a un hombre que edific? una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompi? el torrente y al instante se desplom? y fue grande la ruina de aquella casa.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s, a trav?s de la imagen del ?rbol bueno que da frutos buenos, quiere presentar c?mo debe ser la vida del disc?pulo y de toda comunidad cristiana. Obviamente, si el ?rbol es malo solo podr? dar frutos malos. Es una imagen que habla por s? sola y que requiere de cada uno de nosotros un serio examen de conciencia, sobre todo cuando nos lamentamos de los pocos frutos que vemos a nuestro alrededor. La bondad o la maldad no son dimensiones vinculadas a una condici?n exterior o al car?cter natural de cada uno. Est?n ?ntimamente ligadas al coraz?n. La dif?cil batalla entre el bien y el mal, entre la fe y el orgullo, se libra en el coraz?n. Por tanto, entre ser "buenos" o "malos". Y debemos tener en cuenta que nadie puede afirmar estar exento del pecado, de la debilidad, de la miseria interior. Lo que pide Jes?s -y eso es evidente tambi?n en otros pasajes evang?licos- es que debemos prestar atenci?n a nuestro coraz?n. Nuestro comportamiento, el modo en el que se desarrolla nuestra vida dependen del coraz?n. Dice Jes?s: "El hombre bueno, del buen tesoro del coraz?n saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo". Y en otra parte dice: "De dentro, del coraz?n de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,21). Obviamente de un coraz?n bueno salen prop?sitos buenos. Toda nuestra vida interior debe centrarse en cambiar nuestro coraz?n: se trata ante todo de eliminar todo instinto malo, toda cerraz?n, todo intento de mirarse a uno mismo y sobre todo el orgullo que nos conduce a una falaz autosuficiencia. La edificaci?n de nuestra vida, al igual que la de la comunidad cristiana, empieza escuchando con atenci?n la Palabra de Dios, es decir dejando que sedimente en nuestro coraz?n para que d? fruto. Jes?s termina el discurso con la par?bola de la casa edificada sobre roca. Las palabras evang?licas, acogidas y puestas en pr?ctica d?a a d?a, son como los cimientos para una casa. Cada d?a deben alimentar nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestras decisiones, nuestras acciones. No basta con escucharlas una vez y luego dejarlas a un lado y tal vez olvidarlas, como sucede a menudo. De ese modo se nos escapa la fuerza de vida que nace directamente de las palabras del Se?or. ?Acaso se pueden dejar a un lado los cimientos de una casa? El Evangelio son los cimientos vivos del edificio de nuestra vida de cada d?a, hace que se mantenga firme contra el r?o impetuoso del mal que no deja de abatirse sobre nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.