ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Se?or
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or
Martes 23 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Cr?nicas 7,11-22

Acab? Salom?n la Casa de Yahveh y la casa del rey y llev? a cabo todo cuanto se hab?a propuesto hacer en la Casa de Yahveh y en su propia casa. Apareci?se entonces Yahveh a Salom?n por la noche y le dijo: "He o?do tu oraci?n, y me he elegido este lugar como Casa de sacrificio. Si yo cierro el cielo y no llueve, si yo mando a la langosta devorar la tierra, o env?o la peste entre mi pueblo; y mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo les oir? desde los cielos, perdonar? su pecado y sanar? su tierra. Mis ojos estar?n abiertos, y mis o?dos atentos a la oraci?n que se haga en este lugar; pues ahora he escogido y santificado esta Casa, para que en ella permanezca mi Nombre por siempre. All? estar?n mis ojos y mi coraz?n todos los d?as. Y en cuanto a ti, si andas en mi presencia como anduvo tu padre David, haciendo todo lo que he mandado y guardando mis decretos y mis sentencias, afianzar? el trono de tu realeza como pact? con tu padre David diciendo: "No te faltar? un hombre que domine en Israel." Pero si os apart?is, abandonando los decretos y los mandamientos que os he dado, y vais a servir a otros dioses, postr?ndoos ante ellos, os arrancar? de mi tierra que os he dado; arrojar? de mi presencia esta Casa que yo he consagrado a mi Nombre y la har? objeto de proverbio y de escarnio entre todos los pueblos. Y esta Casa que es tan sublime vendr? a ser el espanto de todos los que pasen cerca de ella, de modo que dir?n: "?Por qu? ha hecho as? Yahveh a esta tierra y a esta Casa?" Y se responder?: "Porque abandonaron a Yahveh, el Dios de sus padres que los sac? de la tierra de Egipto, y han seguido a otros dioses, se han postrado ante ellos y les han servido; por eso ha hecho venir sobre ellos todo este mal.""

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Terminada la fiesta de la dedicaci?n, Salom?n recibe como regalo la visi?n de Dios que le habla. Es de noche, lo que destaca la intimidad del encuentro pero asimismo la severidad de todo lo que el Se?or iba a decir a su siervo. Le asegura su presencia en el templo, una presencia vigilante y c?lida. No s?lo est? atento con los ojos y con los o?dos, sino tambi?n su coraz?n est? en aquel lugar: "Mis ojos estar?n abiertos, y mis o?dos atentos a la oraci?n que se haga en este lugar; pues ahora he escogido y santificado este templo para que en ?l permanezca mi Nombre por siempre. All? estar?n mis ojos y mi coraz?n todos los d?as". Son afirmaciones que conmueven por su fuerza de amor. Se comprende que el templo se acaba de construir, pero el verdadero lugar que el Se?or quiere habitar es la asamblea de los creyentes, la Iglesia. S?, el Se?or est? presente en medio de su pueblo. Jes?s mismo lo dir?: "Porque donde est?n dos o tres reunidos en mi nombre, all? estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Y el ap?stol Pablo, en esta l?nea, interpela a los corintios: "?No sab?is que sois templo de Dios y que el Esp?ritu de Dios habita en vosotros?" (1 Co 3,16). Pero la presencia de Dios no debe darse por descontada. No basta la sola pertenencia a la Iglesia como si fuera una etnia entre otras, un grupo entre los dem?s. La relaci?n con el Se?or pasa a trav?s del coraz?n, a trav?s de la fidelidad a su alianza, a trav?s de la obediencia al pacto de amor establecido con ?l. Es un v?nculo que toca las profundidades del coraz?n. El Se?or se dirige a Salom?n con severidad: "Pero si os apart?is, abandonando los decretos y los mandatos que os he dado, y vais a servir a otros dioses, postr?ndoos ante ellos, os arrancar? de mi tierra que os he dado, retirar? de mi presencia el templo que he consagrado a mi Nombre y lo convertir? en ejemplo y escarnio entre todos los pueblos". Son palabras duras: romper la alianza con Dios es el comienzo de innumerables desgracias. Renegar de ella significa trastornar no s?lo la relaci?n con Dios sino tambi?n la que hay entre los hombres y con la propia naturaleza. La severidad de las palabras corresponde a la gravedad de las consecuencias. Sin embargo hacen resaltar la grandeza del amor del Se?or y la profundidad de su compromiso con el pueblo que se ha elegido. Es el propio amor de Dios el que es grande, muy grande. Y ha pagado el precio. Para liberar a su pueblo, el Se?or a ha entablado una lucha dura contra el Fara?n. Y sobre todo, su hijo ha salvado a los hombres con la sangre derramada sobre la cruz. Contemplando el Crucifijo podemos entender la radicalidad del amor de Dios por nosotros. De aqu? la exigencia grande del amor evang?lico. Debemos descubrir la dimensi?n heroica, de m?rtir. Y huir de la tentaci?n de hacer ins?pida la sal y opaca la luz del Evangelio. No se trata de conocer mal nuestra debilidad y nuestras fragilidades. El Se?or las conoce bien. Pero ?stas no son obst?culo para la grandeza del amor. S?lo se nos pide una cosa: confiarnos totalmente a Dios. O sea, acoger en nuestro coraz?n al menos una gota del amor gratuito de Dios. Jes?s nos presenta la medida del amor: "Que, como yo os he amado, as? os am?is tambi?n vosotros los unos a los otros (Jn 13,34).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.