ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Se?or
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or
Martes 1 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Daniel 3,25.34-43

Y Azarías, de pie en medio del fuego, tomó la palabra y oró así: ?Oh, no nos abandones para siempre, - por amor de tu nombre - no repudies tu alianza, no nos retires tu misericordia, por Abraham tu amado, por Isaac tu siervo, por Israel tu santo, a quienes tú prometiste multiplicar su linaje como las estrellas del cielo y como la arena de la orilla del mar! Señor, que somos más pequeños que todas las naciones, que hoy estamos humillados en toda la tierra, por causa de nuestros pecados; ya no hay, en esta hora, príncipe, profeta ni caudillo, holocausto, sacrificio, oblación ni incienso ni lugar donde ofrecerte las primicias, y hallar gracia a tus ojos. Mas con alma contrita y espíritu humillado te seamos aceptos, como con holocaustos de carneros y toros, y con millares de corderos pingües; tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y te agrade que plenamente te sigamos, porque no hay confusión para los que en ti confian. Y ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos dejes en la confusión, trátanos conforme a tu bondad y según la abundancia de tu misericordia. Líbranos según tus maravillas, y da, Señor, gloria a tu nombre.

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El pasaje que hemos escuchado refiere la oración de Azarías mientras estaba "en medio del fuego" (v. 25), que pide al Señor que intervenga por su misericordia. Reconoce las consecuencias trágicas de que Israel haya abandonado a Dios: "Somos el más insignificante de todos los pueblos y hoy nos sentimos humillados en toda la tierra, a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocaustos, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso, ni un lugar donde ofrecerte las primicias" (vv. 37-38). Podríamos decir que es lo que les ocurre a los creyentes cuando abandonan a Dios; cuando cesa la profecía y se apagan las visiones; cuando se vuelven mundanos; cuando se sigue la lógica del beneficio, del interés individual. En verdad sucede que cada uno se sigue solamente a sí mismo y se desmorona la solidaridad. Es precisamente en este trágico momento de la historia del pueblo que llega la oración del justo, la oración del pequeño resto que reza por todos, por el pueblo entero. En esa oración es derrotado el egocentrismo, incluso el religioso. Azarías no reza por sí mismo sino por el pueblo. Es el sentido de la oración por la paz, por la curación, por la salvación de todos. Y el creyente sabe que no reza en el vacío, que sus palabras no se pierden en un cielo yermo. Su oración es escuchada por un Dios que es fiel. Azarías se sabe escuchado, y de hecho no confía tanto en sus palabras como en la propia fidelidad de Dios: "?No nos abandones para siempre, por el honor de tu nombre, no rompas tu alianza, no nos niegues tu misericordia" (v. 34). Es una oración que nace en el interior del fuego: es el fuego del amor que arde en el corazón de Azarías y que osa enviar al cielo su oración como un holocausto: "Que éste sea hoy nuestro sacrificio ante ti y volvamos a serte fieles" (v. 40). Azarías se nos presenta como ejemplo del creyente que no deja de invocar al Señor por los hermanos, las hermanas, por todo el pueblo de Dios y por todos los pueblos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.