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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Salmo responsorial

Salmo 17 (18)

Yo te amo, Yahveh, mi fortaleza,
(mi salvador, que de la violencia me has salvado).

Yahveh, mi roca y mi baluarte,
mi liberador, mi Dios;
la pe?a en que me amparo,
mi escudo y fuerza de mi salvaci?n,
mi ciudadela y mi refugio.

Invoco a Yahveh, que es digno de alabanza,
y quedo a salvo de mis enemigos.

Las olas de la muerte me envolv?an,
me espantaban las trombas de Belial,

los lazos del seol me rodeaban,
me aguardaban los cepos de la Muerte.

Clam? a Yahveh en mi angustia,
a mi Dios invoqu?;
y escuch? mi voz desde su Templo,
reson? mi llamada en sus o?dos.

La tierra fue sacudida y vacil?,
retemblaron las bases de los montes,
(vacilaron bajo su furor);

una humareda subi? de sus narices,
y de su boca un fuego que abrasaba,
(de ?l sal?an carbones encendidos).

El inclin? los cielos y baj?,
un espeso nublado debajo de sus pies;

cabalg? sobre un querube, emprendi? el vuelo,
sobre las alas de los vientos plane?.

Se puso como tienda un cerco de tinieblas,
tinieblas de las aguas, espesos nubarrones;

del fulgor que le preced?a se encendieron
granizo y ascuas de fuego.

Tron? Yahveh en los cielos,
lanz? el Alt?simo su voz;

arroj? saetas, y los puso en fuga,
rayos fulmin? y sembr? derrota.

El fondo del mar qued? a la vista,
los cimientos del orbe aparecieron,
ante tu imprecaci?n, Yahveh,
al resollar el aliento en tus narices.

El extiende su mano de lo alto para asirme,
para sacarme de las profundas aguas;

me libera de un enemigo poderoso,
de mis adversarios m?s fuertes que yo.

Me aguardaban el d?a de mi ruina,
m?s Yahveh fue un apoyo para m?;

me sac? a espacio abierto,
me salv? porque me amaba.

Yahveh me recompensa conforme a mi justicia,
me paga conforme a la pureza de mis manos;

porque he guardado los caminos de Yahveh,
y no he hecho el mal lejos de mi Dios.

Porque tengo ante m? todos sus juicios,
y sus preceptos no aparto de mi lado;

he sido ante ?l irreprochable,
y de incurrir en culpa me he guardado.

Y Yahveh me devuelve seg?n mi justicia,
seg?n la pureza de mis manos que tiene ante sus ojos.

Con el piadoso eres piadoso,
intachable con el hombre sin tacha;

con el puro eres puro,
con el ladino, sagaz;

t? que salvas al pueblo humilde,
y abates los ojos altaneros.

T? eres, Yahveh, mi l?mpara,
mi Dios que alumbra mis tinieblas;

con tu ayuda las hordas acometo,
con mi Dios escalo la muralla.

Dios es perfecto en sus caminos,
la palabra de Yahveh acrisolada.
El es el escudo
de cuantos a ?l se acogen.

Pues ?qui?n es Dios fuera de Yahveh?
?Qui?n Roca, sino s?lo nuestro Dios?

El Dios que me ci?e de fuerza,
y hace mi camino irreprochable,

que hace mis pies como de ciervas,
y en las alturas me sostiene en pie,

el que mis manos para el combate adiestra
y mis brazos para tensar arco de bronce.

T? me das tu escudo salvador,
(tu diestra me sostiene), tu cuidado me exalta,

mis pasos ensanchas ante m?,
no se tuercen mis tobillos.

Persigo a mis enemigos, les doy caza,
no vuelvo hasta haberlos acabado;

los quebranto, no pueden levantarse,
sucumben debajo de mis pies.

Para el combate de fuerza me ci?es,
doblegas bajo m? a mis agresores,

a mis enemigos haces dar la espalda,
extermino a los que me odian.

Claman, mas no hay salvador,
a Yahveh, y no les responde.

Los machaco como polvo al viento,
como al barro de las calles los piso.

De las querellas de mi pueblo t? me libras,
me pones a la cabeza de las gentes;
pueblos que no conoc?a me sirven;

los hijos de extranjeros me adulan,
son todo o?dos, me obedecen,

los hijos de extranjeros desmayan,
y dejan temblando sus refugios.

?Viva Yahveh, bendita sea mi roca,
el Dios de mi salvaci?n sea ensalzado,

el Dios que la venganza me concede
y abate los pueblos a mis plantas!

T? me libras de mis enemigos,
me exaltas sobre mis agresores,
del hombre violento me salvas.

Por eso he de alabarte entre los pueblos,
a tu nombre, Yahveh, salmodiar?.

El hace grandes las victorias de su rey
y muestra su amor a su ungido,
a David y a su linaje para siempre.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.