ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 29 de noviembre

Salmo responsorial

Salmo 24 (25)

A ti, Yahveh, levanto mi alma,

oh Dios m?o.
En ti conf?o, ?no sea confundido,
no triunfen de m? mis enemigos!

No hay confusi?n para el que espera en ti,
confusi?n s?lo para el que traiciona sin motivo.

Mu?strame tus caminos, Yahveh,
ens??ame tus sendas.

Gu?ame en tu verdad, ens??ame,
que t? eres el Dios de mi salvaci?n.
(Vau) En ti estoy esperando todo el d?a,

Acu?rdate, Yahveh, de tu ternura,
y de tu amor, que son de siempre.

De los pecados de mi juventud no te acuerdes,
pero seg?n tu amor, acu?rdate de m?.
por tu bondad, Yahveh.

Bueno y recto es Yahveh;
por eso muestra a los pecadores el camino;

conduce en la justicia a los humildes,
y a los pobres ense?a su sendero.

Todas las sendas de Yahveh son amor y verdad
para quien guarda su alianza y sus dict?menes.

Por tu nombre, oh Yahveh,
perdona mi culpa, porque es grande.

Si hay un hombre que tema a Yahveh,
?l le indica el camino a seguir;

su alma mora en la felicidad,
y su estirpe poseer? la tierra.

El secreto de Yahveh es para quienes le temen,
su alianza, para darles cordura.

Mis ojos est?n fijos en Yahveh,
que ?l sacar? mis pies del cepo.

Vu?lvete a m?, tenme piedad,
que estoy solo y desdichado.

Alivia los ahogos de mi coraz?n,
hazme salir de mis angustias.

Ve mi aflicci?n y mi penar,
quita todos mis pecados.

Mira cu?ntos son mis enemigos,
cu?n violento el odio que me tienen.

Guarda mi alma, l?brame,
no quede confundido, cuando en ti me cobijo.

Inocencia y rectitud me amparen,
que en ti espero, Yahveh.

Redime, oh Dios, a Israel
de todas sus angustias.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.