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Viernes santo
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Recuerdo de la muerte de Jesús en la cruz.
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Viernes santo
Viernes 14 de abril

Salmo responsorial

Salmo 30 (31)

En ti, Yahveh, me cobijo,
?oh, no sea confundido jam?s!
?Rec?brame por tu justicia, l?brame,

tiende hacia m? tu o?do, date prisa!
S? para m? una roca de refugio,
alc?zar fuerte que me salve;

pues mi roca eres t?, mi fortaleza,
y, por tu nombre, me gu?as y diriges.

S?came de la red que me han tendido,
que t? eres mi refugio;

en tus manos mi esp?ritu encomiendo,
t?, Yahveh, me rescatas.
Dios de verdad,

t? detestas
a los que veneran vanos ?dolos;
mas yo en Yahveh conf?o:

?exulte yo y en tu amor me regocije!
T? que has visto mi miseria,
y has conocido las angustias de mi alma,

no me has entregado en manos del enemigo,
y has puesto mis pies en campo abierto.

Tenme piedad, Yahveh,
que en angustias estoy.
De tedio se corroen mis ojos,
mi alma, mis entra?as.

Pues mi vida se consume en aflicci?n,
y en suspiros mis a?os;
sucumbe mi vigor a la miseria,
mis huesos se corroen.

De todos mis opresores
me he hecho el oprobio;
asco soy de mis vecinos,
espanto de mis familiares.
Los que me ven en la calle
huyen lejos de m?;

dejado estoy de la memoria como un muerto,
como un objeto de desecho.

Escucho las calumnias de la turba,
terror por todos lados,
mientras se a?nan contra m? en conjura,
tratando de quitarme la vida.

"Mas yo conf?o en ti, Yahveh,
me digo: ""?T? eres mi Dios!"" "

Est? en tus manos mi destino, l?brame
de las manos de mis enemigos y perseguidores;

haz que alumbre a tu siervo tu semblante,
?s?lvame, por tu amor!

Yahveh, no haya confusi?n para m?, que te invoco,
?confusi?n s?lo para los imp?os;
que bajen en silencio al seol,

enmudezcan los labios mentirosos
que hablan con insolencia contra el justo,
con orgullo y desprecio!

?Qu? grande es tu bondad, Yahveh!
T? la reservas para los que te temen,
se la brindas a los que a ti se acogen,
ante los hijos de Ad?n.

T? los escondes en el secreto de tu rostro,
lejos de las intrigas de los hombres;
bajo techo los pones a cubierto
de la querella de las lenguas.

?Bendito sea Yahveh que me ha brindado
maravillas de amor
(en ciudad fortificada)!

" ?Y yo que dec?a en mi inquietud:
""Estoy dejado de tus ojos!""
Mas t? o?as la voz de mis plegarias,
cuando clamaba a ti."

Amad a Yahveh, todos sus amigos;
a los fieles protege Yahveh,
pero devuelve muy sobrado
al que obra por orgullo.

?Valor, que vuestro coraz?n se afirme,
vosotros todos que esper?is en Yahveh!

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.