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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

VIII del tiempo ordinario


Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acu?rdate de m?, Se?or, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 6,24-34

Nadie puede servir a dos se?ores; porque aborrecer? a uno y amar? al otro; o bien se entregar? a uno y despreciar? al otro. No pod?is servir a Dios y al Dinero. ?Por eso os digo: No and?is preocupados por vuestra vida, qu? comer?is, ni por vuestro cuerpo, con qu? os vestir?is. ?No vale m?s la vida que el alimento, y el cuerpo m?s que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ?No val?is vosotros m?s que ellas? Por lo dem?s, ?qui?n de vosotros puede, por m?s que se preocupe, a?adir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ?por qu? preocuparos? Observad los lirios del campo, c?mo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salom?n, en toda su gloria, se visti? como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y ma?ana se echa al horno, Dios as? la viste, ?no lo har? mucho m?s con vosotros, hombres de poca fe? No and?is, pues, preocupados diciendo: ?Qu? vamos a comer?, ?qu? vamos a beber?, ?con qu? vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que ten?is necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os dar?n por a?adidura. As? que no os preocup?is del ma?ana: el ma?ana se preocupar? de s? mismo. Cada d?a tiene bastante con su propio mal.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acu?rdate de m?, Se?or, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.