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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XXXII del tiempo ordinario
Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

XXXII del tiempo ordinario
Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)


Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acu?rdate de m?, Se?or, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 25,1-13

?Entonces el Reino de los Cielos ser? semejante a diez v?rgenes, que, con su l?mpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus l?mparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus l?mparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oy? un grito: "?Ya est? aqu? el novio! ?Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas v?rgenes se levantaron y arreglaron sus l?mparas. Y las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras l?mparas se apagan." Pero las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vay?is donde los vendedores y os lo compr?is." Mientras iban a comprarlo, lleg? el novio, y las que estaban preparadas entraron con ?l al banquete de boda, y se cerr? la puerta. M?s tarde llegaron las otras v?rgenes diciendo: "?Se?or, se?or, ?brenos!" Pero ?l respondi?: "En verdad os digo que no os conozco." Velad, pues, porque no sab?is ni el d?a ni la hora.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acu?rdate de m?, Se?or, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.