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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XV del tiempo ordinario
Memoria de san Benito (+547), padre de los monjes de Occidente, a los que gu?a con la regla que lleva su nombre.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homil?a

El viaje del Se?or hacia Jerusal?n, tal como nos lo presenta Lucas en estos domingos del a?o, no es abstracto ni est? lejos de la vida; pasa por las calles de los hombres y recorre los caminos de este mundo. Desde el inicio de su vida p?blica, seg?n el evangelista Mateo, Jes?s recorr?a todas las ciudades y pueblos, ense?ando en sus sinagogas, predicando el evangelio y curando toda enfermedad (9, 35). Realmente, el Evangelio, y el mismo Jes?s, como indica el Deuteronomio, "No est? en el cielo, como para decir: ??Qui?n subir? por nosotros al cielo y nos lo traer?, para que lo oigamos y lo pongamos en pr?ctica??. Ni est? al otro lado del mar, como para decir: ??Qui?n ir? por nosotros al otro lado del mar y nos lo traer?, para que lo oigamos y lo pongamos en pr?ctica??" (30,12-13). El Se?or Jes?s est? cerca, muy cerca. Su palabra no est? lejos, es concreta, como la vida.
As? responde Jes?s a un maestro de la ley que, como los que no quieren entender, le pregunta qui?n es su pr?jimo. Este interroga a Jes?s con palabras altas y verdaderas: "Maestro, ?qu? he de hacer para tener en herencia vida eterna?" (v. 25). Anteriormente, otros ya hab?an dicho esas mismas palabras a Jes?s; recuerdan al joven rico. Pero en el coraz?n de aquel maestro de la ley no hab?a sinceridad. Cuando Jes?s le contesta con la primac?a del mandamiento del amor, ?l intenta justificarse: "?Qui?n es mi pr?jimo?" (v. 29). Jes?s, como en el caso del joven rico, no le contesta con un discurso que est? m?s all? del cielo o m?s all? del mar; empieza diciendo que "Bajaba un hombre de Jerusal?n a Jeric? y cay? en manos de salteadores" (v. 30). Habla de un camino que todos conoc?an, y narra un hecho que probablemente suced?a a menudo: un hombre es asaltado, maltratado y abandonado medio muerto a lo largo del camino. Aquel hombre est? solo; pero en ?l vemos a muchos otros, hombres y mujeres, peque?os y mayores, j?venes y ancianos, abandonados medio muertos a lo largo de los caminos de este mundo; a su lado hay millones de pr?fugos que huyen de sus tierras; los condenados a muerte aislados de todo el mundo; tambi?n hay pueblos enteros sofocados por la guerra y abandonados solos a los m?rgenes de la historia; y todos los que mueren de hambre y por torturas, por la violencia y el abandono. Aquel camino es realmente largo. Igualmente elevado es el n?mero de sacerdotes y levitas que contin?an caminando y pasando de largo, por el otro lado de aquel pobre. El Evangelio indica que aquellos dos pasaban "por aquel camino", como si indicara que aquel hombre medio muerto no era un desconocido y no estaba tan lejos como para no verlo. Los pobres hoy d?a son conocidos, la televisi?n y los peri?dicos hablan de ellos, ya no est?n lejos. No obstante, como si estuvi?ramos nublados por una triste costumbre, pasamos de largo, tenemos otros objetivos.
El sacerdote y el levita s?lo se amaban a ellos mismos y se preocupaban por sus rituales. Se puede pensar f?cilmente que ten?an que ir al templo y por eso no pod?an "ensuciarse las manos" con aquel herido. Sab?an que hab?a pobres y tal vez hab?an ayudado a alguno de los que estaban en las proximidades del templo. Pero no pod?an detenerse por aquel camino; adem?s, ?qui?n era aquel extranjero? Tal vez ni siquiera hablaba su lengua, era un extra?o. ?Cu?ntas motivaciones asaltan el coraz?n cuando pasan junto a aquel hombre! Y no se detienen porque siempre gana la preocupaci?n por uno mismo y por la seguridad de uno mismo. Adem?s, quien se deja dominar por s? mismo s?lo se siente a s? mismo; y vive sin compasi?n por los dem?s. Todos sabemos por experiencia que nos conmovemos f?cilmente por nosotros mismos y que nos cuesta mucho conmovernos por los dem?s. El sacerdote y el levita no se conmovieron, y aquel hombre medio muerto se qued? solo. Por suerte, pas? el samaritano que, apenas ver al hombre medio muerto, tuvo compasi?n de ?l, baj? del caballo, se acerc? a ?l, le ofreci? los primeros auxilios y luego lo llev? a una posada. Muchas generaciones cristianas han visto en aquel samaritano, que se rebel? contra la indiferencia del mundo, al mismo Jes?s; ?l, seg?n est? escrito, cur? a los que lo necesitaban, tuvo compasi?n de las muchedumbres cansadas, abatidas y abandonadas como ovejas sin pastor. Jes?s es el compasivo; de hecho, "siendo de condici?n divina, no codici? el ser igual a Dios sino que se despoj? de s? mismo tomando condici?n de esclavo" (Flp 2, 6).
Y a los disc?pulos de todos los tiempos, incluidos nosotros, nos deja en herencia su compasi?n para que continuemos como ?l deteni?ndonos a los m?rgenes de los caminos de la vida y ayudemos a aquellos que necesitan salvaci?n. De hecho, ha sido ?l quien durante los a?os de nuestra historia nos ha llevado al lado de los pobres medio muertos que hab?a a lo largo de nuestro camino y nos ha ense?ado a detenernos, ha sido ?l quien nos ha abierto los ojos para que no nos qued?ramos encerrados en nosotros mismos, ha sido ?l quien ha llevado hasta nuestra puerta tantas veces a los pobres para que los acogi?ramos. S?, aquella posada de la que habla el Evangelio y a la que el Se?or lleva al hombre medio muerto somos tambi?n nosotros, es la comunidad de los disc?pulos. El Se?or Jes?s, como el buen samaritano, nos conf?a a nosotros, posaderos de esta posada, a aquel hombre medio muerto, exhausto, herido. Y contin?a repiti?ndonos cada d?a: "Cuida de ?l". Pero no s?lo eso: tambi?n nos da dos denarios. S?, son suficientes dos denarios de la compasi?n de Jes?s para ayudar, consolar y curar a los d?biles. Y luego a?ade: "Si gastas algo m?s, te lo pagar? cuando vuelva" (v. 35).
Si hace falta m?s compasi?n, el mismo Jes?s continuar? d?ndonosla; lo importante es estar siempre listos a la puerta, atentos al samaritano que llama. Ese es el sentido de nuestra vida en el mundo, ser como aquella posada evang?lica, escuela de compasi?n y de amor, capaz de acoger y custodiar a los pobres y a los d?biles. El Se?or, confi?ndonoslos, nos salva del destino triste de aquel sacerdote y de aquel levita, hombres fr?os e infelices, y nos hace part?cipes de su amor y de la fiesta que se vive en aquella posada. S?, la fiesta de los humildes y de los d?biles convocados por el Se?or. Este domingo el buen samaritano viene de nuevo entre nosotros; vuelve como maestro de caridad, para que cada uno de nosotros siga sus pasos, abra sus manos para recibir los dos denarios, y abra su coraz?n para vivir su compasi?n. Y sentiremos una vez m?s la fuerte invitaci?n evang?lica: "Vete y haz t? lo mismo" (v. 37).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.