ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XVII del tiempo ordinario
Memoria del ap?stol Santiago, hijo de Zebedeo. Fue el primero de los Doce que sufri? el martirio. Su cuerpo se venera en Santiago de Compostela.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homil?a

En los Evangelios a menudo se dice que Jes?s se retira en lugares solitarios para rezar. A veces ?l mismo lo comunica a los disc?pulos, como aquella tarde dram?tica en el huerto de los Olivos. "Sentaos aqu?, mientras voy all? a orar", dijo a los tres m?s amigos (Mt 26, 36). No hay duda de que los ap?stoles quedaban asombrados por su modo de orar. Un d?a, dice Lucas, al finalizar la oraci?n, uno de los disc?pulos se acerc? y le pregunt?: "Se?or, ens??anos a orar, como ense?? Juan a sus disc?pulos" (Lc 11, 1). Tal vez se podr?a formular la frase de este modo: "Se?or, ens??anos a orar como lo haces t?". De hecho, cada profeta (Juan tambi?n) ense?aba a sus seguidores un m?todo de oraci?n. Los disc?pulos de Jes?s, asombrados por la manera de orar de su Maestro, por su costumbre de retirarse en un lugar apartado y sobre todo por el modo en el que se dirig?a a Dios, insistieron para que les ense?ara a orar del mismo modo. La oraci?n de su Maestro ten?a un sentido de familiaridad y de confianza que les asombraba. No hab?an visto jam?s a nadie rezar de aquel modo, con aquella confianza y familiaridad. Hoy, junto a los disc?pulos, tambi?n nosotros decimos: "?Se?or, ens??anos a orar!". No es pedir un ense?amiento gen?rico para rezar. Es la misma petici?n que hicieron aquellos disc?pulos, es decir, participar en su manera de hablar con Dios, estar ante su presencia, conversar con ?l con una confianza tan grande como para llamarle "padre". Jes?s responde inmediatamente, tambi?n a nosotros: "Cuando or?is, decid: Padre, abb?, pap?". Conocemos el desconcierto que dicha palabra provocaba en un ambiente en el que ni siquiera se llamaba a Dios por su nombre. Jes?s invita a llamar "pap?" al Se?or creador del cielo y de la tierra. De ese modo elimina toda distancia; Dios ya no est? lejos, es padre de todos y todos pueden dirigirse directamente a ?l sin necesidad de mediadores. Era una aut?ntica revoluci?n de la religiosidad. En la palabra "padre, pap?", Jes?s nos revela el misterio mismo del Dios de Jes?s, de nuestro Dios: por una parte la confianza y la familiaridad del hijo hacia el Padre; y por otra, la ternura protectora del Padre hacia cada uno de nosotros. Vuelve, de alg?n modo, la amistad de los or?genes, cuando Dios paseaba por el jard?n con Ad?n y Eva. En la oraci?n, en efecto, lo importante es la confianza y la inmediatez de la relaci?n con Dios. El problema no es ni el lugar, ni las palabras, sino el coraz?n, la interioridad, la amistad con Dios.
Fue as? tambi?n para Abrah?n, nuestro padre en la fe. Ejemplar y sugerente es el di?logo que establece con Dios cuando intercede para salvar a Sodoma, que hab?a ca?do en el libertinaje y el desorden. Dios se dice a s? mismo: "?C?mo voy a ocultar a Abrah?n lo que voy a hacer?" (Gn 18,17). En otras palabras: "No puedo esconder a un amigo mis intenciones". La amistad de Dios es transparente, sincera. Se acerca a Abrah?n y le dice: "El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado grav?simo" (v.20). Pero Abrah?n se puso frente a Dios ("le abord?", dice la Escritura). Hay que acercarse a Dios y presentarle los dramas, los problemas, las esperanzas de mucha gente. Y Abrah?n empez? la larga intercesi?n: "?As? que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad" (v. 23). El Se?or responde: "Si encuentro a cincuenta justos la perdonar?". Y Abrah?n: "Sup?n que los cincuenta justos fallen por cinco. ?Destruir?as por los cinco a toda la ciudad?". Dios contesta: "No la destruir?, si encuentro all? a cuarenta y cinco". Y Abrah?n: "Sup?n que encuentran all? cuarenta". Y as? hasta diez. Frente a esta dram?tica oraci?n vienen a la memoria las numerosas ciudades y pa?ses v?ctimas de la guerra y de la injusticia, del hambre y de la violencia: todos necesitan a un Abrah?n que interceda por ellos. Hacen falta muchos amigos de Dios, que con insistencia oren para que nuestras ciudades se salven, para que el Evangelio toque el coraz?n de los hombres. Las voces de esos amigos llegan a o?dos de Dios, que es amigo de los hombres. ?l parece no hacer m?s que estar atento a las voces de sus amigos.
Jes?s lo subraya con dos ejemplos, extra?dos de la vida cotidiana. El amigo que llega a medianoche, y el padre que no dar? nunca una serpiente a su hijo que le pide un pescado. Y concluye: "Si, pues, vosotros, aun siendo malos, sab?is dar cosas buenas a vuestros hijos, ?cu?nto m?s el Padre del cielo dar? el Esp?ritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,13). Es una manera de decir que Dios est? disponible de manera ilimitada cuando nos dirigimos a ?l en la oraci?n. No son determinantes las palabras; lo que importa es el coraz?n, la confianza y, por tanto, la insistencia y la perseverancia en la oraci?n. La ineficacia de la oraci?n no depende de Dios, sino de nuestra poca confianza en ?l. Pidamos y recibiremos, busquemos y encontraremos, llamemos al coraz?n de Dios, como hizo Abrah?n, y el Se?or dirigir? hacia nosotros su mirada.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.