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Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXX del tiempo ordinario.
Recuerdo de los ap?stoles Sim?n el Cananeo, llamado el zelota, y Judas Tadeo.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 28 de octubre

Homil?a

El Evangelio seg?n Marcos, que nos ha acompa?ado durante los domingos de este a?o, hoy nos muestra al Se?or en su ?ltima etapa antes de entrar en Jerusal?n. A lo largo del camino hemos visto el clima nuevo, casi de fiesta, que Jes?s creaba entre la gente de las ciudades y los pueblos por donde pasaba. Muchos acud?an a ?l, sobre todo los d?biles, los pobres, los leprosos, los enfermos. Todos deseaban acercarse a ?l, tocarlo, hablarle: quer?an de ?l paz y felicidad. Jes?s los acog?a a todos, instaurando otro clima entre los hombres, un clima de confianza. Incluso los m?s alejados y los m?s despreciados pod?an acercarse a ?l e invocar la curaci?n y la salvaci?n. Es m?s, con su comportamiento los exhortaba a dirigirse a ?l con fe. Lo ?nico que buscaba era la petici?n hecha con fe. El motivo era profundo: la oraci?n hecha con fe siempre abre el coraz?n a una manera distinta de vivir. Esa manera, sin embargo, solo se aprende cuando uno es pobre o se da cuenta de que lo es.
Eso es lo que hab?a entendido Bartimeo que ped?a caridad en la puerta de Jeric?. Como todos los ciegos, tambi?n ?l estaba revestido de debilidad. En aquel tiempo los ciegos no pod?an m?s que pedir caridad, a?adiendo as? a la ceguera la dependencia total de los dem?s. En los Evangelios son la imagen de la pobreza y de la debilidad. Bartimeo, como L?zaro, como muchos otros pobres cercanos y lejanos de nosotros, est? a las puertas de la vida esperando algo de ayuda. Este ciego se convierte en ejemplo para todos nosotros, ejemplo del creyente que pide y reza. A su alrededor todo es oscuridad. No ve a los que pasan, no reconoce a los que est?n cerca de ?l, no distingue ni los rostros ni las actitudes. Pero aquel d?a pas? algo distinto. Oy? el ruido de la muchedumbre que se acercaba y, en la oscuridad de su vida y de sus percepciones, intuy? una presencia. Hab?a o?do que era Jes?s de Nazaret, dice el Evangelista. Tuvo la sensaci?n de que aquel joven profeta no era como tantos otros hombres que hab?an pasado por su lado hasta entonces. A cu?ntos hab?a o?do pasar en todos los a?os que ped?a caridad! ?A cu?ntos hab?a tendido la mano, a cu?ntos hab?a pedido ayuda, a cu?ntos hab?a o?do pasar cerca y luego alejarse! Es la experiencia de no ver, y tambi?n es la experiencia de la limosna, del encuentro de un momento y luego de toda la distancia que se deja entre los ricos y los que mendigan, entre los que ven y los que no ven.
Bartimeo es un hombre que se ve obligado a pedir por la ausencia de otros recursos. Es un mendigo y no puede hacer m?s que pedir. Ante la noticia de aquella visita empieza a gritar: "?Hijo de David, Jes?s, ten piedad de m?!". Es una invocaci?n muy pobre. No es una manera de hablar h?bil, como la del hombre rico que observaba los mandamientos desde su juventud y que se dirigi? a Jes?s llam?ndolo "bueno". Aqu? la invocaci?n es simple y a la vez dram?tica. Aquel ciego no tiene nada m?s que el grito. Es la ?nica manera que tiene para superar la oscuridad y la distancia que no era capaz de medir. Sin embargo, aquel grito no gust? a la muchedumbre, y muchos "le increpaban", subraya el evangelista, intentaban hacer que callara. Era un grito inc?modo, un grito descompuesto y exagerado, como suelen ser a menudo los gritos de los pobres. Pod?a alterar tambi?n aquel feliz encuentro entre Jes?s y la gente de la ciudad. En toda su presunta raz?n aquella l?gica era despiadada. No solo le gritaron, quer?an tambi?n hacerle callar. Aquel ciego no ten?a nada que ver con la vida de aquella ciudad. Le hab?an permitido mendigar, siempre que no alterase los ritmos normales y ordinarios de la ciudad. Para aquella muchedumbre formada por hombres que cre?an estar sanos y que no deb?an nada a nadie era f?cil inculcar temor y miedo a un pobre mendigo que depend?a de ellos para todo.
La presencia de Jes?s hizo que aquel hombre superase todo temor. Bartimeo oy? que su vida pobre cambiaba totalmente a partir de aquel encuentro y con voz todav?a m?s fuerte grit? una vez m?s: "?Hijo de David, Jes?s, ten piedad de m?!". Es la oraci?n de los peque?os, de los pobres que d?a y noche, sin pausa porque continua es su necesidad, se dirigen al Se?or. Es la invocaci?n de los d?biles que han recibido la noticia de que pasa y depositan en ?l toda su esperanza. Jes?s no est? sordo al grito de los d?biles. Al o?r aquel grito de ayuda, se detuvo. Es como el buen samaritano que no pasa de largo como hicieron el sacerdote y el levita, y como quer?a la muchedumbre que hiciera Jes?s. Al contrario, Jes?s se detuvo y contest? el grito de Bartimeo. La respuesta empieza con un llamamiento: "Jes?s se detuvo y dijo: Llamadle. Llaman al ciego, dici?ndole: ??nimo, lev?ntate! Te llama". Siempre es el Se?or, el que llama, pero se sirve de muchos otros hombres, de su palabra. Estos se acercan a nosotros y nos animan a ir hacia Jes?s, e incluso nos llevan a ?l. El encuentro con el Se?or siempre es personal, requiere un coloquio directo, familiar, como el de un hijo que se dirige confiado al padre.
Bartimeo, apenas o?r que Jes?s quer?a verle, arroj? su manto y corri? hacia ?l. Arroj? aquel manto que lo cubr?a desde hac?a a?os. Tal vez era el ?nico abrigo contra el fr?o de los inviernos y sobre todo de los corazones endurecidos de la muchedumbre. Ya no ten?a sentido cubrir su pobreza, ya no necesitaba su protecci?n, porque hab?a o?do que el Se?or lo llamaba. Dio un brinco y fue corriendo hacia Jes?s. Corr?a a pesar de no ver nada. En realidad "ve?a" mucho m?s profundamente que toda aquella muchedumbre. Oy? la voz de Jes?s y fue hacia aquella voz. Era solo una voz, pero era la ?nica que finalmente lo llamaba para acogerlo. Era distinta de los murmullos y de las palabras groseras de la muchedumbre que quer?a hacerlo callar. Aquella voz, aquella palabra, era para ?l un nuevo punto de referencia, tan firme que le permit?a correr, mientras todav?a era ciego, sin ninguna ayuda. Bartimeo sigui? la voz y lleg? al Se?or. Sucede lo mismo con aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en pr?ctica. Escuchar la Palabra de Dios no lleva hacia el vac?o, no lleva hacia un imaginario psicol?gico. Escuchar lleva a encontrar personalmente al Se?or. Eso es lo que le sucedi? a Bartimeo. Y Jes?s empieza a hablar, casi como prolongando el llamamiento que le hab?a hecho. Es realmente distinto de todos aquellos que hasta entonces hab?a conocido.
Jes?s no echa en sus manos alguna moneda, aunque habr?a sido necesario, para luego irse. No, se detiene, le habla, muestra inter?s por ?l y por su situaci?n y le pregunta: "?Qu? quieres que te haga?". Bartimeo, sin interponer tiempo y palabras in?tiles, del mismo modo que antes hab?a rezado con simplicidad, le dice: "Rabbun?, ?que vea!". Bartimeo hab?a reconocido la luz sin haberla visto. Por eso recuper? al instante la vista. "Vete, tu fe te ha salvado", le dice Jes?s.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.