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Liturgia del domingo
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XXXIII del tiempo ordinario
Recuerdo de la dedicaci?n de las bas?licas romanas de San Pedro del Vaticano y de San Pablo Extramuros.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 18 de noviembre

Homil?a

Nos acercamos a la conclusi?n del a?o lit?rgico. El pasaje evang?lico forma parte del "discurso escatol?gico" (es decir, de las "realidades ?ltimas"), que en Marcos comprende todo el cap?tulo 13. Jes?s acaba de salir del templo, donde ha elogiado a una pobre viuda que hab?a echado en el tesoro todo cuanto ten?a para vivir. Con los disc?pulos se dirige hacia el monte de los olivos, desde donde se puede admirar el esplendor del templo. Los disc?pulos, mirando aquella incre?ble construcci?n, quedan admirados y uno de ellos le dice a Jes?s: "Maestro, mira qu? piedras y qu? construcciones". En efecto, se trataba de un complejo arquitect?nico que suscitaba la maravilla de quien lo observara. En el Talmud leemos: "Aquel que no ha visto terminado el santuario en toda su magnificencia, no sabe qu? es la suntuosidad de un edificio" (Suka 51b). Jes?s, casi interrumpiendo las expresiones de maravilla del disc?pulo, dice a todos que no quedar? piedra sobre piedra de aquella construcci?n. Los disc?pulos, l?gicamente, se sorprenden y se muestran incr?dulos ante dichas palabras; los tres m?s ?ntimos, a los que se a?ade Andr?s, preguntan de inmediato cu?ndo se va a producir ese desastre. Jes?s contesta con un largo discurso del que hemos escuchado el punto culminante. Tras haber hablado de la "gran tribulaci?n" de Jerusal?n, Jes?s anuncia que seguir?n fen?menos c?smicos: "El sol se oscurecer?, la luna no dar? su resplandor, las estrellas ir?n cayendo del cielo, y las fuerzas que est?n en los cielos ser?n sacudidas". Y a?ade: "Y entonces ver?n al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria".
El texto evang?lico sugiere que el "Hijo del hombre" no viene en el cansancio de nuestras costumbres ni entra a formar parte de la evoluci?n natural de las cosas. Cuando venga, traer? un cambio radical tanto en la vida de los hombres como en la misma creaci?n. Para expresar esta transformaci?n profunda -una especia de violenta interrupci?n de la historia- Jes?s retoma el lenguaje t?pico de la tradici?n apocal?ptica que entonces estaba muy difundido y habla de un caos c?smico, de cataclismo del sistema planetario. Ya el profeta Daniel hab?a preanunciado: "Ser?n tiempos dif?ciles como no los habr? habido desde que existen las naciones hasta ese momento. Entonces se salvar? tu pueblo, todos los inscritos en el libro". Los textos de las Escrituras no avalan, sin embargo, una especie de "teor?a de la cat?strofe", seg?n la cual debe producirse primero una debacle en el mundo hasta llegar a una aniquilaci?n total para poder luego esperar finalmente que Dios haga el bien sobre todas las cosas. No, Dios no llega al final, cuando todo est? perdido. ?l no reniega de su creaci?n. En el libro del Apocalipsis leemos: "T? has creado el universo; por tu voluntad, existe y fue creado" (4,11).
Las Escrituras, en todas sus p?ginas, exhortan m?s bien a obrar (y a invocar) por la instauraci?n de una creaci?n nueva seg?n la imagen de la ciudad futura que se nos describe en las p?ginas finales del Apocalipsis: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva -porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusal?n, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo" (21,1-2). La devastaci?n de la creaci?n, que existe y existir?, tiene por fin la instauraci?n de esta "Jerusal?n" en la que se van a reunir todos los pueblos de la tierra. Si del templo que ve?an los ap?stoles no iba a quedar piedra sobre piedra es porque en la futura Jerusal?n no habr? templo, tal como est? escrito: "No vi Santuario alguno en ella; porque el Se?or, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario" (Ap 21,22). Jes?s habla de los "?ltimos d?as", pero dice tambi?n que tales acontecimientos suceder?n en "esta generaci?n", es decir, en el tiempo de los que le escuchaban. Adem?s el curso normal de la vida del mundo se ve?a alterado por la misma presencia de Jes?s; basta pensar en lo que suced?a con su predicaci?n y en lo que sucedi? con la resurrecci?n. La irrupci?n del "hijo del hombre" ya se hab?a producido e iba a continuar durante todas las generaciones que se suceder?an a lo largo de la historia. El "d?a del Se?or", prefigurado por Daniel y por los dem?s profetas, irrumpe en cada generaci?n, e incluso cada d?a. Es sugerente la expresi?n que utiliza Jes?s sobre la proximidad de los "?ltimos d?as". Dice: "Sabed que est? a las puertas". Esta imagen se utiliza otras veces en las Escrituras para exhortar a los creyentes a estar atentos para acoger al Se?or que pasa. "El juez est? ya a las puertas", escribe Santiago en su carta (5,9). Y el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entrar? en su casa y cenar? con ?l y ?l conmigo" (3,20). A las puertas de cada d?a de nuestra vida est? el Se?or que llama, est? el "?ltimo d?a" que espera que lo acojamos, est? el juicio de Dios que quiere transformar el tiempo que estamos viviendo.
El "fin del mundo" debe producirse cada d?a; cada d?a debemos poner fin a un peque?o o gran trozo del mundo malo y malvado que construyen los hombres, y no Dios. Por otra parte, los d?as que pasan terminan inexorablemente; no queda nada de ellos sino su herencia de bien o, por desgracia, de mal que nosotros dejamos. Las Escrituras nos invitan a tener ante nuestros ojos este futuro hacia el que nos dirigimos: el fin del mundo no es la cat?strofe sino la instauraci?n de la ciudad santa que baja del cielo. Se trata de una ciudad, es decir de una realidad concreta, no abstracta, que re?ne a todos los pueblos alrededor de su Se?or. Ese es el objetivo (y en cierto modo tambi?n el final) de la historia. Pero esta ciudad santa debe sembrarse ya ahora en nuestros d?as, para que pueda crecer y transformar la vida de los hombres a su semejanza. No se trata de un injerto autom?tico y f?cil, sino que es el esfuerzo diario que cada creyente debe llevar a cabo, sabiendo que "el cielo y la tierra pasar?n, pero mis palabras no pasar?n".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.