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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 27 de enero

Homil?a

La liturgia de hoy nos hace partir de nuevo desde el comienzo del Evangelio. Es una invitaci?n para todos, una cari?osa y dulce propuesta: para quien ya lo ha le?do muchas veces, para quien nunca lo ha abierto, y para quien se da cuenta de cu?nto debe conocerlo. Escucharlo y leerlo nos ayuda a comprender el sentido verdadero de nuestra vida, es decir, la vocaci?n a la que cada uno de nosotros est? llamado. Retomar en mano el Evangelio puede parecer poco para una generaci?n que consume f?cilmente palabras y situaciones, que las enfatiza, a la b?squeda voraz de lo nuevo porque acepta muy poco ir en profundidad. Leer siempre el mismo Evangelio es la disciplina del hombre sabio que sabe extraer de su tesoro cosas nuevas y antiguas. A veces parece un repetir de lo que ya se sabe, pero con el tiempo y con la fatiga del coraz?n descubrimos su sentido y comprendemos qu? nos pide hoy. ?Qu? ?til es ponerse una regla, cada d?a, un tiempo para leer el Evangelio y rezar! Es la invitaci?n de este Domingo en el que escuchamos los vers?culos del comienzo del Evangelio de Lucas que normalmente no son proclamados. ?Leamos el Evangelio para no reducirlo todo a nosotros, para encontrar coraz?n, sentimientos y perd?n! Le?moslo para tener ese poder que sal?a del cuerpo y de la palabra de Jes?s; para que la tempestad del mundo encuentre la bonanza en aquella palabra que dice hoy al viento y al mar que se calmen.
La primera etapa que el evangelista recuerda es Nazaret. Aqu? Jes?s hace su primera predicaci?n. Es s?bado, y, como de costumbre, acude a la sinagoga. Durante la oraci?n en la sinagoga cada israelita adulto puede leer y comentar la Escritura. Aquel d?a se presenta Jes?s. El ministro ofrece a Jes?s el rollo de las escrituras abierto por el libro del profeta Isa?as. Hemos escuchado el pasaje le?do por Jes?s: ?El Esp?ritu del Se?or sobre m?, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberaci?n a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un a?o de gracia del Se?or?. Terminada la lectura, Jes?s cierra el Rollo. Todos tienen los ojos fijos en ?l, la maravilla es notable. Por lo que se deduce del Evangelio, Jes?s no se hab?a destacado mucho en Nazaret, no hab?a recibido formaci?n de rabino ni hab?a realizado hechos extraordinarios. Solo ?ltimamente se hab?a o?do que hab?a empezado a hablar en otras peque?as ciudades de Galilea. Es la primera vez que predica en Nazaret. ?Qu? dir?? La liturgia, casi forz?ndonos a entrar en esta escena evang?lica, nos propone tambi?n la antigua asamblea del pueblo de Israel reunida alrededor del sacerdote Esdras. ?Todo el pueblo lloraba, ?es la primera lectura? al o?r las palabras de la ley.? Lloraba porque, finalmente, el Se?or hab?a vuelto a hablar, a reunirles y a ofrecerles la esperanza de una vida m?s hermosa. Ya no eran un pueblo abandonado, sin esperanza ni palabras. Se encendi? en ellos la esperanza de que el mundo ser?a visitado por el Se?or.
Jes?s enrolla el volumen y lo depone. Se sienta. Todos lo miran con gran atenci?n, subraya el evangelista, como para hacernos revivir esos corazones suspendidos en la escucha y en la espera. ?Esta Escritura que acab?is de o?r se ha cumplido hoy.? ?Jes?s no comenta, cumple! ?Hoy.? La esperanza ya no es un sue?o lejano, probable, indefinido, como si se redujera a una forma para soportar mejor las dificultades del presente. El tiempo ya no discurre sin orientaci?n. Despu?s de la sinagoga de Nazaret, todos podemos ayudar al Se?or para que se cumpla para muchos el Evangelio. ?Hoy? ?vengo a verte! ?Hoy? ?empiezo a decir esas palabras de amor que ya no s? pronunciar o que siempre se me quedaron dentro! ?Hoy? voy m?s all? del rencor, del miedo y del juicio; ?hoy? elijo ser generoso, cambio de actitud y de rostro. ?Hoy? pido perd?n a quien he ofendido o traicionado. ?Hoy? te ayudo, pobre hombre que pides y necesitas todo. ?Hoy? queremos que los enfermos de ?frica encuentren los medicamentos que un mundo injusto les quiere negar. ?Hoy? podemos ayudar a salir de la prisi?n amarga de la soledad, de la opresi?n de la violencia y de la guerra. No lo pospongamos siempre para ma?ana, por pereza y miedo, por est?pido optimismo. Alcemos hoy los ojos y miremos los campos que ya blanquean. Abramos los ojos del coraz?n y creamos en el amor, poder del Se?or, que ?l concede a los suyos, esperanza de los pobres y de los oprimidos. Es el hoy de Dios que no acaba nunca.
Cada vez que se proclama el Evangelio, como en este d?a, se cumple este ?hoy? de Dios, el ?hoy? de la liberaci?n, el ?hoy? de la fiesta, el ?hoy? del Evangelio. Cada vez que se abre el Evangelio tenemos que escuchar c?mo nos dice: ?Esta Escritura que acab?is de o?r se ha cumplido hoy?. El hoy de Dios entra en nuestros corazones, en nuestros d?as, aunque todo lo que nos rodea nos empuje a no creer en nada, a no creer posible que este ?hoy? extraordinario pueda llegar para resignarnos a todos a lo inevitable. Nosotros creemos, por el contrario, que el hoy del Se?or ?esa fiesta de la que habla la primera lectura? llega para cada hombre y para cada mujer en todos los lugares de la Tierra, incluso en aquellos que parecen totalmente imposibles.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.