ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Oraci?n por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las antiguas Iglesias de Oriente (siro-ortodoxa, copta, armenia y asiria).
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Oraci?n por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las antiguas Iglesias de Oriente (siro-ortodoxa, copta, armenia y asiria).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tob?as 1,3-9

Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los d?as de mi vida y he repartido muchas limosmas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo a N?nive, al pa?s de los asirios. Siendo yo joven todav?a y estando en mi pa?s, en la tierra de Israel, toda la tribu de mi padre Neftal? se apart? de la casa de David y de Jerusal?n, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel para ofrecer all? sacrificios y en la que hab?a sido edificado y consagrado, para todas las generaciones venideras, el Templo de la Morada del Alt?simo. Todos mis hermanos y la casa de mi padre Neftal? ofrec?an sacrificios al becerro que Jeroboam, rey de Israel, hab?a hecho en Dan, en los montes de Galilea. Muchas veces era yo el ?nico que iba a Jerusal?n, con ocasi?n de las fiestas, tal como est? prescrito para todo Israel por decreto perpetuo; en cobrando las primicias y las cr?as primeras y diezmos de mis bienes y el primer esquileo de mis ovejas, acud?a presuroso a Jerusal?n y se lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aar?n, para el altar. Daba a los levitas, que hac?an el servicio en Jerusal?n, el diezmo del vino, del grano, del olivo, de los granados, de los higos y dem?s frutales; tomaba en met?lico el segundo diezmo, de los seis a?os, y lo gastaba en Jerusal?n. Entregaba el tercer diezmo a los hu?rfanos, a las viudas y a los pros?litos que viv?an con los israelitas; se lo llevaba y entregaba cada tres a?os, celebrando una comida con ellos conforme a lo que se prescribe en la Ley de Mois?s y conforme a los preceptos que me dio D?bora, madre de nuestro padre Ananiel, pues mi padre hab?a muerto dej?ndome hu?rfano. En llegando a edad adulta, me cas? con Ana, mujer de nuestra parentela; y ella dio a luz a Tob?as.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Comenzamos hoy la lectura continuada del libro de Tob?as, un texto de car?cter sapiencial relatado por un creyente que durante largo tiempo ha reflexionado sobre las Escrituras jud?as. Tras una breve introducci?n (vv. 1-2), el autor sagrado abre el relato con la historia de Tobit, padre de Tob?as. ?l mismo es quien empieza a narrarlo: "Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los d?as de mi vida..." (v. 3). Mientras lo relata se encuentra en el exilio, lejos de su tierra, junto al pueblo de Israel, en la ciudad enemiga por excelencia, N?nive. Tobit comparte la suerte, pero no una experiencia espiritual id?ntica. La mayor parte del pueblo de Israel viv?a una apostas?a religiosa con la pr?ctica de cultos idol?tricos contrarios al ?nico culto, el del templo de Jerusal?n. Tobit, sin embargo, permanece enraizado en la fe de los padres, en la que ha sido educado por su abuela D?bora (es significativo este recuerdo de la abuela en la transmisi?n de la fe) y fiel a Jerusal?n: "me acordaba de Dios con toda mi alma" (1, 12). Su memoria se remonta a los a?os de su vida en la patria, y dice que ha sido un creyente observante, "he andado por caminos de verdad y en justicia". Evoca su fidelidad a la ley hasta las m?s minuciosas prescripciones, como las costumbres relativas a los diezmos, que describe en detalle (vv. 6-8). Adem?s, Tobit advierte: "he repartido muchas limosnas entre mis hermanos y compatriotas" (v. 3). Y, siguiendo a los grandes patriarcas, ha escogido para s? una mujer procedente de la parentela. En el primer puesto en la vida de Tobit est? la ley del Se?or, de la que emergen tres prioridades, que despu?s encontraremos a lo largo del libro: la caridad hacia los compatriotas, el culto (subrayado por la importancia de Jerusal?n y del templo) y los valores familiares. Al hijo le da el nombre de Tob?as, es decir, "el Se?or es mi bien", a pesar de que su situaci?n actual parezca mostrar lo contrario. Pero ?sta es precisamente la ense?anza que emerge de estas p?ginas: quien es fiel al Se?or ser? acompa?ado durante sus d?as por el ?ngel de Dios y recibir? su recompensa.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.