ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Se?or
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Se?or

Recuerdo de Timoteo y Tito, colaboradores de Pablo y obispos de ?feso y Creta.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or

Recuerdo de Timoteo y Tito, colaboradores de Pablo y obispos de ?feso y Creta.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tob?as 3,7-15

Sucedi? aquel mismo d?a, que tambi?n Sarra, hija de Rag?el, el de Ecb?tana de Media, fue injuriada por una de las esclavas de su padre, porque hab?a sido dada en matrimonio a siete hombres, pero el malvado demonio Asmodeo los hab?a matado antes de que se unieran a ella como casados. La esclava le dec?a: ??Eres t? la que matas a tus maridos! Ya has tenido siete, pero ni de uno siquiera has disfrutado. ?Nos castigas porque se te mueren los maridos? ?Vete con ellos y que nunca veamos hijo ni hija tuyos!? Entonces Sarra, con el alma llena de tristeza, se ech? a llorar y subi? al aposento de su padre con intenci?n de ahorcarse. Pero, reflexionando, pens?: ?Acaso esto sirva para que injurien a mi padre y le digan: "Ten?as una hija ?nica, amada y se ha ahorcado porque se sent?a desgraciada." No puedo consentir que mi padre, en su ancianidad, baje con tristeza a la mansi?n de los muertos. Es mejor que, en vez de ahorcarme, suplique al Se?or que me env?e la muerte para no tener que o?r injurias durante mi vida.? Y en aquel momento, extendiendo las manos hacia la ventana, or? as?: Bendito seas t?, Dios de misericordias,
y bendito sea tu Nombre por los siglos,
y que todas tus obras te bendigan por siempre. Vuelvo ahora mi rostro
y alzo mi ojos hacia ti. Manda que yo sea librada de la tierra,
para no escuchar ultrajes. T? sabes, Se?or, que yo estoy pura
de todo contacto de var?n; que no he mancillado mi nombre
ni el nombre de mi padre
en la tierra de mi cautividad.
Soy la ?nica hija de mi padre;
no tiene otros hijos que le hereden,
no tiene junto a s? ning?n hermano
ni pariente a quien me deba por mujer.
Ya perd? siete maridos:
?para qu? quiero la vida?
Si no te place, Se?or, darme la muerte,
?m?rame con compasi?n!
y no tenga yo que escuchar injurias.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Desde este momento empieza a hablar directamente el autor del texto y propone el drama de Sarra de forma paralela al de Tobit. Escribe que "aquel mismo d?a", Sarra, una mujer de la misma tribu pero que se encuentra a casi 600 km de distancia de N?nive, en los montes Zagros, en la regi?n de Media, en el actual Ir?n, se encuentra en una situaci?n de desesperaci?n. No consigue casarse y, por tanto, no puede tener un hijo para asegurar la posteridad. Esta mujer tiene el mismo nombre que la mujer de Abrah?n, pero, a diferencia de ella, el problema no est? en la esterilidad sino en la oposici?n activa de un demonio llamado Asmodeo, que significa "destructor", quien ha hecho morir de uno en uno a los siete hombres que han tratado de desposarla. En realidad, la culpa de la muerte de los siete hombres es atribuida a Sarra. Una de las esclavas es quien la acusa de ser la verdadera asesina de sus maridos. Esta cruel acusaci?n empuja a Sarra a una desesperaci?n que la lleva al borde del suicidio. Pero pensar en el dolor que este gesto causar?a al padre la detiene de realizar esta locura y Sarra reencuentra el camino de la oraci?n al Se?or. Es una oraci?n que sale de lo profundo del coraz?n de esta mujer desesperada. S?lo el Se?or puede ayudarla. Y Sarra reza. Es la ?nica vez en el libro en que Sarra habla. Nunca m?s abrir? la boca en p?blico, a excepci?n del Am?n pronunciado junto a Tob?as la primera noche de bodas (Tb 8, 8). Se dirige al Se?or: "Vuelvo ahora mi rostro y alzo mis ojos hacia ti" y lo bendice por sus obras. Y de inmediato, con una confianza plena, le pide que la libere de los insultos y que pueda tener un hijo. Pero si esto no puede suceder, entonces es mejor para ella la muerte. A lo largo de la narraci?n veremos que el Se?or acoge la oraci?n de Sarra. Sus palabras son una mezcla de desesperaci?n y de esperanza, pero el Se?or escucha a quien se dirige a ?l con confianza. Y, en efecto, una vez m?s la oraci?n cambia el coraz?n y la vida. Despu?s de estas palabras dirigidas con fe al Se?or, la vida de Sarra tomar? otra direcci?n.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.