ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 8,11-13

Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con ?l, pidi?ndole una se?al del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo ?ntimo de su ser, dice: ??Por qu? esta generaci?n pide una se?al? Yo os aseguro: no se dar?, a esta generaci?n ninguna se?al.? Y, dej?ndolos, se embarc? de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s vuelve al territorio jud?o, a su patria. Y, parad?jicamente, la escena cambia de inmediato. Los fariseos van a su encuentro, no como los pobres y los d?biles que lo buscan para recibir ayuda. Por el contrario, ellos, seguros de su posici?n, quieren combatirlo. Le piden un signo que confirme inequ?vocamente sus afirmaciones. En verdad, el signo era ?l mismo, su palabra, su misericordia sin l?mites, sus milagros hacia los d?biles y los pobres. Pero ellos no aceptan esta "normalidad" del Evangelio que incluso cambia la vida hasta el punto de que multitudes enteras se acercan a Jes?s. Sus ojos est?n satisfechos con sus pr?cticas y sus observancias, y no consiguen ver los prodigios que realiza el amor. Es un riesgo que los mismos disc?pulos de Jes?s pueden correr siempre que se sientan satisfechos con su situaci?n y sus pr?cticas. El Evangelio, que cada d?a pone siempre en discusi?n la autosuficiencia y la seguridad de nuestra generaci?n, es el signo que se nos da de la presencia del Se?or en nuestra vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.