ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Ap?stoles 8,9-25

En la ciudad hab?a ya de tiempo atr?s un hombre llamado Sim?n que practicaba la magia y ten?a at?nito al pueblo de Samaria y dec?a que ?l era algo grande. Y todos, desde el menor hasta el mayor, le prestaban atenci?n y dec?an: ?Este es la Potencia de Dios llamada la Grande.? Le prestaban atenci?n porque les hab?a tenido at?nitos por mucho tiempo con sus artes m?gicas. Pero cuando creyeron a Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse hombres y mujeres. Hasta el mismo Sim?n crey? y, una vez bautizado, no se apartaba de Felipe; y estaba at?nito al ver las se?ales y grandes milagros que se realizaban. Al enterarse los ap?stoles que estaban en Jerusal?n de que Samaria hab?a aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Esp?ritu Santo; pues todav?a no hab?a descendido sobre ninguno de ellos; ?nicamente hab?an sido bautizados en el nombre del Se?or Jes?s. Entonces les impon?an las manos y recib?an el Esp?ritu Santo. Al ver Sim?n que mediante la imposici?n de las manos de los ap?stoles se daba el Esp?ritu, les ofreci? dinero diciendo: ?Dadme a m? tambi?n este poder para que reciba el Esp?ritu Santo aquel a quien yo imponga las manos.? Pedro le contest?: ?Vaya tu dinero a la perdici?n y t? con ?l; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero. En este asunto no tienes t? parte ni herencia, pues tu coraz?n no es recto delante de Dios. Arrepi?ntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Se?or, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu coraz?n; porque veo que t? est?s en hiel de amargura y en ataduras de iniquidad.? Sim?n respondi?: ?Rogad vosotros al Se?or por m?, para que no venga sobre m? ninguna de esas cosas que hab?is dicho.? Ellos, despu?s de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Se?or, se volvieron a Jerusal?n evangelizando muchos pueblos samaritanos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En la capital de Samar?a hab?a un mago llamado Sim?n que ve?a amenazado su trabajo por la acci?n de Felipe, que atra?a a mucha gente: "empezaron a bautizarse hombres y mujeres" (v. 12). Tambi?n Sim?n se sinti? fascinado por la acci?n de Felipe, hasta el punto que le pidi? que lo bautizara. Empez? a seguirle pensando as? averiguar sus secretos con el objetivo de poderlos utilizar para su disfrute y sobre todo para su beneficio. Pero el Evangelio no se puede doblegar seg?n los intereses particulares de cada uno, aunque sean nobles, y a?n menos se puede subyugar a nuestro protagonismo. Sim?n el mago pensaba que el Evangelio, m?s que un don que hay que recibir con disponibilidad, era algo que se puede comprar y poseer para los intereses de uno. As? pues, se present? ante Pedro, que hab?a ido a Samar?a con Juan para visitar y confirmar a aquella prometedora comunidad, y le dijo que pagar?a la cantidad de dinero que fuera necesario para tener ?l tambi?n el mismo poder que ellos. Pedro se indign? y le dijo severamente: "Que tu dinero sea para ti tu perdici?n". El amor del Se?or no se compra, es gratuito, del mismo modo que su fuerza y su poder. La compraventa no tiene espacio alguno en el campo de la fe y del amor. Esta p?gina de los Hechos, en una sociedad como la nuestra, en la que las relaciones est?n marcadas por el dar y el tener, en la que caemos f?cilmente en una especie de esclavitud del materialismo, demuestra claramente hasta qu? punto la gratuidad del Evangelio es un tesoro indispensable. S?, el amor gratuito es el gran don que la comunidad cristiana ha testimoniado desde el inicio de su historia y que est? llamada a comunicar todav?a hoy en la sociedad globalizada en la que la ley del dar y el tener parece impregnar todos los sectores de la vida. Redescubrir la gratuidad del amor es aquel exceso, aquel ir m?s all?, que evita que los hombres, sobre todo a los m?s pobres, queden excluidos de la vida. No es ninguna casualidad que a lo largo de la historia de la Iglesia se haya condenado con firmeza el pecado llamado de "simon?a", que introduce en la comunidad aquella mentalidad mercantil que envenena el mundo ordinario y que entre los disc?pulos de Jes?s suena como un esc?ndalo insoportable.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.