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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Li?n y m?rtir (130-202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Li?n y m?rtir (130-202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 9,1-26

El profeta Eliseo llam? a uno de los hijos de los profetas y le dijo: "Ci?e tu cintura y toma este frasco de aceite en tu mano y vete a Ramot de Galaad. Cuando llegues all?, ver?s a Jeh?, hijo de Josafat, hijo de Nims?; en llegando, haz que se levante de entre sus compa?eros y hazle entrar en una habitaci?n apartada. Tomar?s el frasco de aceite y lo derramar?s sobre su cabeza diciendo: "As? dice Yahveh: Te he ungido rey de Israel." Abres luego la puerta y huyes sin detenerte." El joven parti? para Ramot de Galaad. Cuando lleg? estaban los jefes del ej?rcito sentados y dijo: "Tengo una palabra para ti, jefe." Jeh? pregunt?: "?Para qui?n de nosotros?" Respondi?: "Para ti, jefe." Jeh? se levant? y entr? en la casa; el joven derram? el aceite sobre su cabeza y le dijo: "As? habla Yahveh, Dios de Israel: Te he ungido rey del pueblo de Yahveh, de Israel. Herir?s a la casa de Ajab, tu se?or, y vengar? la sangre de mis siervos los profetas y la sangre de todos los siervos de Yahveh de mano de Jezabel. Toda la casa de Ajab perecer? y exterminar? a todos los varones de Ajab, libres o esclavos, en Israel. Dejar? la casa de Ajab como la casa de Jeroboam, hijo de Nebat, y como la casa de Bas?, hijo de Aj?as. Y a Jezabel la comer?n los perros en el campo de Yizreel; no tendr? sepultura." Y abriendo la puerta, huy?. Jeh? sali? a donde los servidores de su se?or. Le dijeron: "?Todo va bien? ?A qu? ha venido a ti ese loco?" Respondi?: "Vosotros conoc?is a ese hombre y sus palabras." Dijeron: "No es verdad. D?noslo." Replic? "Esto y esto me ha dicho: As? dice Yahveh: Te he ungido rey de Israel." Se apresuraron a tomar cada uno su manto que colocaron bajo ?l encima de las gradas; tocaron el cuerno y gritaron: "Jeh? es rey." Jeh?, hijo de Josafat, hijo de Nims?, conspir? contra Joram. Estaba Joram custodiando Ramot de Galaad, ?l y todo Israel, contra Jazael, rey de Aram. Pero el rey Joram tuvo que volverse a Yizreel para curarse de las heridas que le hab?an infligido los arameos en su batalla contra Jazael, rey de Aram. Jeh? dijo: "Si ?ste es vuestro deseo, que no salga de la ciudad ning?n fugitivo que ponga en aviso a Yizreel." Mont? Jeh? en el carro y se fue a Yizreel, pues Joram estaba acostado all?, y Ocoz?as, rey de Jud?, hab?a bajado a visitar a Joram. El vig?a que estaba sobre la torre de Yizreel vio la tropa de Jeh? que llegaba y dijo: "Veo una tropa." Dijo Joram: "Que se tome uno de a caballo y se le env?e a su encuentro y pregunte: ?Hay paz?" Sali? el jinete a su encuentro y dijo: "As? dice el rey: ?Hay paz?" Jeh? respondi?: "?Qu? te importa a ti la paz? Ponte detr?s de m?." El vig?a avis?: "El mensajero ha llegado donde ellos, pero no vuelve." Volvi? segunda vez a enviar un jinete que lleg? donde ellos y dijo: "As? dice el rey: ?Hay paz?" Respondi? Jeh?: "?Qu? te importa a ti la paz? Ponte detr?s de m?." El vig?a avis?: "Ha llegado a ellos pero no vuelve. Su modo de guiar es el guiar de Jeh?, hijo de Nims?, pues conduce como un loco." Dijo Joram: "Enganchad." Engancharon su carro y salieron Joram, rey de Israel, y Ocoz?as, rey de Jud?, cada uno en su carro, y partieron al encuentro de Jeh?. Le encontraron en el campo de Nabot el de Yizreel. Cuando Joram vio a Jeh?, pregunt?: "?Hay paz, Jeh??" Respondi?: "?Qu? paz mientras duran las prostituciones de tu madre Jezabel y sus muchas hechicer?as?" Volvi? riendas Joram y huy? diciendo a Ocoz?as: "Traici?n, Ocoz?as." Jeh? tens? el arco en su mano y alcanz? a Joram entre los hombros; la flecha le atraves? el coraz?n y se desplom? en su carro. Jeh? dijo a su escudero Bidcar: "Ll?vale y arr?jale en el campo de Nabot de Yizreel, pues recuerda que, cuando yo y t? march?bamos en carro detr?s de Ajab, su padre, Yahveh lanz? contra ?l esta sentencia: ?Es que no he visto yo ayer la sangre de Nabot y la sangre de sus hijos?, or?culo de Yahveh. Yo le devolver? lo mismo en este campo, or?culo de Yahveh. As? que ll?vale y arr?jale en el campo seg?n la palabra de Yahveh."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En el Horeb, el Se?or confi? a El?as un triple encargo: ungir rey de Aram a Jazael, rey de Israel a Jeh?, y profeta a Eliseo (1 R 19, 15-16). Lo ?nico que hizo de inmediato El?as fue llamar a Eliseo; las dem?s tareas quedaron en suspense. M?s adelante, ser? Eliseo el que vaya en persona a Damasco para anunciar a Jazael que es rey de Aram (2 R 8, 15). Ahora env?a a un disc?pulo para ungir rey a Jeh?. El autor quiere subrayar tanto la continuidad de la profec?a en el pueblo de Israel como la amplitud del cometido prof?tico. Podemos decir en primer lugar que aquel "susurro de una brisa suave" que oy? El?as en el Horeb (1 Re 19, 12) es la Palabra de Dios que contin?a cumpli?ndose en la historia a trav?s de sus profetas. Y Eliseo, enviando a uno de sus disc?pulos, confirma que la tarea prof?tica no es algo exclusivo de unos pocos. Eso no significa que no haya que reconocer el carisma que tienen algunos preelegidos por Dios, pero ni siquiera estos pueden quedarse s?lo para ellos el don que Dios les ha confiado. Eliseo, de hecho, llama a un disc?pulo suyo al que conf?a la misi?n de consagrar rey a Jeh?. El profeta Joel -al que citar? Pedro en su discurso de Pentecost?s- record? al pueblo de Israel que el Se?or iba a infundir su Esp?ritu sobre cada persona y a?ad?a: "profetizar?n vuestros hijos y vuestra hijas, vuestros ancianos tendr?n sue?os, vuestros j?venes ver?n visiones" (Jl 3, 1). La responsabilidad de comunicar la Palabra de Dios es de todos los creyentes, aunque no del mismo modo. Sea como sea, la palabra prof?tica siempre es fuerte y eficaz. El disc?pulo de Eliseo revela a Jeh? la decisi?n del Se?or de hacer de ?l gu?a de su pueblo condenando a aquellos que obstaculicen su vida. Las palabras contra la casa de Ajab. Recuerdan a las palabras de El?as a prop?sito de la s?rdida historia de la vi?a de Nabot: "Barrer? tu descendencia y exterminar? todo var?n de Ajab, libre o esclavo en Israel. Dispondr? de tu casa como de la de Jerobo?n, hijo de Nebat, y de la de Bas?, hijo de Aj?as, por la irritaci?n qeu me has producido y por haber hecho pecar a Israel. Tambi?n contra Jezabel ha hablado el Se?or diciendo: ?Los perros devorar?n a Jezabel en el campo de Yizreel?" (1 R 21, 21-23). Las mismas expresiones se repiten a prop?sito de Jerobo?n y de Bas?. El profeta Aj?as hab?a anunciado a la mujer de Jerobo?n: "traer? el mal a la casa de Jerobo?n, exterminar? todo var?n de Jerobo?n, siervo o libre en Israel, barrer? a fondo la casa de Jerobo?n como se barre del todo la basura. Al de Jerobo?n que muera en la ciudad lo devorar?n los perros, y al que muera en el campo, lo devorar?n las aves del cielo" (1 R 14, 10-11). La segunda parte de la profec?a se repite luego contra el rey Bas? (1 R 16, 4). Las palabras del disc?pulo de Eliseo son la conclusi?n de un crescendo, en el que las culpas del rey del norte se acumulan. Pero el disc?pulo anuncia tambi?n la continuaci?n de la historia. Jeh?, en efecto, es proclamado rey por sus compa?eros y va de inmediato a asesinar a Jor?n, rey de Israel; adem?s, el rey de Jud? que estaba all? es asesinado durante su fuga. Incluso la reina Jezabel ser? asesinada y devorada por los perros: la gran adversaria de El?as desaparece sin dejar una tumba. En el cap?tulo siguiente (el 10) se narra el exterminio de todos los hijos de Ajab y los hermanos del rey de Jud?, porque su madre era hija de Ajab. Por otra parte, con la excusa de llevar a cabo un gran sacrificio al dios Baal, Jeh? convoca en el templo del dios a todos los fieles de Baal y los extermina (?sacrific?ndolos as? a Baal!). Pero con la fe del culto de Baal no termina el estado de infidelidad del reino del norte, porque contin?an existiendo los dos becerros de oro que hizo construir Jerobo?n. El pecado no desaparece de una vez para siempre. Hay que continuar escuchando la palabra prof?tica, que nos pone en guardia de la tendencia de venerar aquellos ?dolos que nos vamos construyendo a nuestro favor y a los que sacrificamos nuestra vida: esclavos de los ?dolos y de nosotros mismos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.