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Memoria de la Iglesia
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Memoria de la Iglesia

Memoria de los ap?stoles Sim?n el Cananeo, llamado el zelota, y Judas Tadeo.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Memoria de los ap?stoles Sim?n el Cananeo, llamado el zelota, y Judas Tadeo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 10,8-11

Y la voz de cielo que yo hab?a o?do me habl? otra vez y me dijo: ?Vete, toma el librito que est? abierto en la mano del ?ngel, el que est? de pie sobre el mar y sobre la tierra.? Fui donde el ?ngel y le dije que me diera el librito. Y me dice: ?Toma, dev?ralo; te amargar? las entra?as, pero en tu boca ser? dulce como la miel.? Tom? el librito de la mano del ?ngel y lo devor?; y fue mi boca dulce como la miel; pero, cuando lo com?, se me amargaron las entra?as. Entonces me dicen: ?Tienes que profetizar otra vez contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nos encontramos en la escena central del Apocalipsis. Juan, mientras ve al ?ngel (el Mes?as) con el "librito" en la mano, oye una voz que le ordena que vaya a cog?rselo de la mano. Realiza el mismo movimiento que el Cordero al tomar el rollo de la mano de Aquel que estaba en el trono (Ap 5, 7). Pero mientras que el Cordero se hab?a movido por s? solo, mostrando todo su poder, Juan debe esperar la orden: "Vete, toma el librito". Siempre necesitamos que un ?ngel nos indique qu? debemos hacer y c?mo lo debemos hacer. Todos necesitamos que nos inviten a "tomar el librito". La salvaci?n no nace de nosotros, de nuestros compromisos, de nuestros esfuerzos, sino de escuchar el Evangelio. Y para facilitarnos la escucha, tenemos a un hermano, o a una hermana, que nos ayudan a comprender el sentido profundo de lo que est? escrito. La Palabra de Dios, en efecto, no la podemos leer solos, desvinculados de la comunidad de creyentes. Del mismo modo que nadie se puede autobautizar (nadie puede convertirse en cristiano solo), tampoco nadie puede escuchar la Palabra de Dios fuera de la Iglesia. Es necesario escuchar siempre al ?ngel una y otra vez. Juan oye que le dicen: "Toma, dev?ralo". El Evangelio hay que escucharlo, escudri?arlo, saberlo de memoria, leerlo y volverlo a leer, verlo y volverlo a ver, como har?amos con nuestro tesoro m?s precioso. Retomando la imagen que utiliza Juan, podr?amos decir que no s?lo hay que ingerirlo sino que tambi?n hay que digerirlo. De aquel librito depende la salvaci?n nuestra y del mundo. Es una palabra "dulce como la miel", y lo es porque es la "carta de amor de Dios para nosotros", como dicen los Padres. Pero tambi?n es una palabra "amarga" cuando baja a las entra?as, es decir, cuando entra en la vida. La corrige y endereza, la corta y edifica, la exhorta y reprende. Esta "amargura" es indispensable para alejarse de todo egocentrismo y crecer hasta la "estatura" de Cristo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.