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Memoria de la Iglesia
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Memoria de la Iglesia

Memoria de san Carlos Borromeo (+1584), obispo de Mil?n.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Memoria de san Carlos Borromeo (+1584), obispo de Mil?n.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 12,7-18

Entonces se entabl? una batalla en el cielo: Miguel y sus ?ngeles combatieron con el Drag?n. Tambi?n el Drag?n y sus ?ngeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Drag?n, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satan?s, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ?ngeles fueron arrojados con ?l. O? entonces una fuerte voz que dec?a en el cielo: ?Ahora ya ha llegado la salvaci?n, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba d?a y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte. Por eso, regocijaos, cielos y los que en ellos habit?is. ?Ay de la tierra y del mar! porque el Diablo ha bajado donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo.? Cuando el Drag?n vio que hab?a sido arrojado a la tierra, persigui? a la Mujer que hab?a dado a luz al Hijo var?n. Pero se le dieron a la Mujer las dos alas del ?guila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Drag?n, donde tiene que ser alimentada un tiempo y tiempos y medio tiempo. Entonces el Drag?n vomit? de sus fauces como un r?o de agua, detr?s de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abri? la tierra su boca y trag? el r?o vomitado de las fauces del Drag?n. Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jes?s. Yo estaba en pie sobre la arena del mar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mientras el drag?n lucha contra la mujer (la Iglesia) y su Hijo, entra en escena el ?ngel Miguel que junto a sus ?ngeles emprende una violent?sima batalla contra Satan?s. El ?ngel derrota a Satan?s y desde el cielo lo arroja a las profundidades del infierno. En pocas l?neas el autor ofrece hasta cinco definiciones del drag?n: es "la Serpiente antigua", el "diablo" (Aquel que divide), "Satan?s", el "seductor" y, por ?ltimo, el "acusador". El autor, en contra de ciertas visiones pesimistas, reafirma la centralidad de Dios, de Cristo y del hombre respecto al poder del diablo. Vienen a la memoria las palabras de Jes?s a los disc?pulos tras su misi?n de evangelizaci?n: "Yo ve?a a Satan?s caer del cielo como un rayo" (Lc 10, 18). La lucha entre Miguel y Satan?s, presente ya al inicio de la historia, se despliega en toda su magnitud. No obstante, "gracias a la sangre del Cordero" el poder de Satan?s fue definitivamente derrotado y el mal ya no tiene poder absoluto sobre el mundo. El grito que oy? Juan en el cielo recuerda al grito de Jes?s en la cruz: "Ahora ya ha llegado la salvaci?n, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo". Al misterio de la Pascua de Jes?s se le une el testimonio del martirio de los cristianos. Pablo escrib?a a los colosenses: "Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). La Comunidad cristiana, especialmente a trav?s del testimonio de los m?rtires, participa en la obra redentora del Cordero. Los m?rtires, y con ellos todos los creyentes que gastan su vida por el Evangelio, derrotan el poder de Satan?s y salvan al mundo de la violencia. Pero Satan?s no se resigna y contin?a librando su batalla. Al fracasar el ataque contra el Mes?as, se lanza contra la madre. Pero la Madre pudo huir gracias a dos alas de la gran ?guila. En aquellas dos alas nosotros vemos los dos Testamentos, pues cada vez que nos alimentamos con la Sagrada Escritura nos libramos de nuestras bajezas y vamos hacia Dios. Es el ?xodo continuo de la Iglesia y de cada disc?pulo que deja el mal y se encamina hacia el reino del amor y de la paz. Dios salva a la mujer (la Iglesia) del poder del Mal. Pero la historia contin?a siendo un campo de batalla en el que el duelo entre el drag?n y la mujer, entre la descendencia de la serpiente, es decir, la humanidad pecadora, y la estirpe de la mujer, es decir, entre los justos y los fieles (Gn 3, 15), contin?a sin tregua. No obstante, una vez m?s el Apocalipsis invita a la esperanza. Satan?s sabe que "le queda poco tiempo": el triunfo definitivo no es suyo, la eternidad gloriosa es de Dios y de sus elegidos. Satan?s contin?a combatiendo contra "los que guardan los mandamientos de Dios". Pero no vencer?. Se ve obligado a permanecer bloqueado dentro de sus l?mites, "en el litoral del mar".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.