ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 21,1-8

Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva - porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusal?n, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y o? una fuerte voz que dec?a desde el trono: ?Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondr? su morada entre ellos y ellos ser?n su pueblo y ?l Dios - con - ellos, ser? su Dios. Y enjugar? toda l?grima de sus ojos, y no habr? ya muerte ni habr? llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado.? Entonces dijo el que est? sentado en el trono: ?Mira que hago un mundo nuevo.? Y a?adi?: ?Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas.? Me dijo tambi?n: ?Hecho est?: yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le dar? del manantial del agua de la vida gratis. Esta ser? la herencia del vencedor: yo ser? Dios para ?l, y ?l ser? hijo para mi. Pero los cobardes, los incr?dulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los id?latras y todos los embusteros tendr?n su parte en el lago que arde con fuego y azufre: que es la muerte segunda.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es la s?ptima visi?n, la ?ltima, la definitiva. Juan ve "un cielo nuevo y una tierra nueva". El adjetivo "nuevo" no indica una novedad cronol?gica o material, sino la perfecci?n y la definitividad. Pablo, por ejemplo, escrib?a a los Corintios: "El que est? en Cristo, es una nueva creaci?n, pas? lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5, 17). El ap?stol, para indicar y describir esta "novedad", recurre al profeta Isa?as que canta el retorno de Israel de la esclavitud babilonia como si fuera la instauraci?n de "cielos nuevos y tierra nueva" (Is 65, 17; 66, 22) Juan ve bajar del cielo "la ciudad santa, la nueva Jerusal?n". Desde el trono plantado en el coraz?n de la ciudad celestial resuena una voz que, a trav?s de una aut?ntica retah?la de citas b?blicas (extra?das sobre todo de Isa?as), describe el fin del viejo mundo con su cortejo de sufrimientos y de muerte, de distancia de Dios, de pecado. El Se?or pasar? por las calles, secar? las l?grimas de los rostros de los que sufren y har? despuntar la sonrisa (Is 25, 8). La muerte, la aflicci?n, el lamento y la preocupaci?n ser?n expulsados de la ciudad. El viejo mundo, el mundo marcado por la injusticia y esclavizado por la Bestia, desaparecer? para dejar paso a la luz y a la alegr?a: "No os acord?is de lo pasado, ni ca?is en la cuenta de lo antiguo" (Is 43, 18). Y el mismo Dios interviene para afirmar con una declaraci?n solemne su obra de novedad absoluta. Por primera vez resuena en el libro una palabra inmediata de Dios: "Mira que hago nuevas todas las cosas". Es la afirmaci?n del final del Apocalipsis. Finalmente se hace realidad el plan de Dios sobre la historia: reunir a todos los pueblos y a todas las naciones en una ?nica familia en la ciudad santa. Escribe Juan: "Pondr? su morada entre ellos y ellos ser?n su pueblo y ?l, Dios-Con-ellos, ser? su Dios". Este nuevo mundo no s?lo hay que esperarlo e invocarlo; tambi?n hay que construirlo d?a a d?a mediante la obra de cada creyente y de cada justo. Que ?stos lo vean o no, no importa; Jes?s, que vino a hacer "nuevas todas las cosas", est? cerca. Todo aquel que conf?a en el Se?or y no en s? mismo o en sus ?dolos, que llevan inexorablemente hacia el abismo, es ciudadano y constructor de la ciudad santa, patria de todos los hijos de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.