ORACIÓN CADA DÍA

Oraci?n del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oraci?n del tiempo de Navidad


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 1,43-51

Al d?a siguiente, Jes?s quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: ?S?gueme.? Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andr?s y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: ?Ese del que escribi? Mois?s en la Ley, y tambi?n los profetas, lo hemos encontrado: Jes?s el hijo de Jos?, el de Nazaret.? Le respondi? Natanael: ??De Nazaret puede haber cosa buena?? Le dice Felipe: ?Ven y lo ver?s.? Vio Jes?s que se acercaba Natanael y dijo de ?l: ?Ah? ten?is a un israelita de verdad, en quien no hay enga?o.? Le dice Natanael: ??De qu? me conoces?? Le respondi? Jes?s: ?Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.? Le respondi? Natanael: ?Rabb?, t? eres el Hijo de Dios, t? eres el Rey de Israel.? Jes?s le contest?: ??Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.? Y le a?adi?: ?En verdad, en verdad os digo: ver?is el cielo abierto y a los ?ngeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Juan contin?a su narraci?n, d?a tras d?a, como si quisiera que no apart?ramos los ojos de este extraordinario Maestro. El encuentro con Jes?s no limita ni restringe, ni mucho menos empobrece, la vida de quien se acerca a ?l; si acaso, nos abre los ojos y el coraz?n. En definitiva, nos hace salir del provincianismo y las mezquindades que nos envuelven para insertarnos en un horizonte infinitamente m?s grande que nosotros. Es una visi?n opuesta a la de quien contin?a pensando que Jes?s roba la vida, pide privaciones, limita la libertad, impide la alegr?a. Desgraciadamente la vida evang?lica ha sido presentada a veces como gris y triste, llena de renuncias. En verdad el Se?or dona una vida mucho m?s amplia y llena de sentido de lo que nosotros llegamos tan solo a imaginar. Y con frecuencia detr?s de las objeciones que se hacen a las elevadas exigencias del Evangelio se esconde el deseo de permanecer prisioneros de una vida avara y egoc?ntrica. El Se?or tiene una gran "ambici?n" para nosotros, y estas p?ginas del Evangelio de Juan nos lo muestran. A partir de aquellos pobres pescadores de una perdida provincia del imperio romano comienza la historia de esa peque?a fraternidad que se crea en torno a Jes?s, y que todav?a hoy contin?a en el mundo. Tras el encuentro con Andr?s, Juan y Pedro, es el turno de Felipe. Tambi?n a ?l le dice Jes?s: "s?gueme", y as? sucedi?. A su vez, Felipe le cuenta a Natanael la belleza del encuentro que hab?a tenido lugar: "Hemos encontrado al Mes?as". Natanael replica con su habitual honestidad y perspicacia. Sin embargo esa honestidad extraordinaria suya, que incluso Jes?s alaba, no basta para salvarlo. Solo el encuentro con el profeta de Nazaret (aunque se piense que de Nazaret no puede venir nada bueno) ilumina el coraz?n de aquel justo que se siente conocido en profundidad. Jes?s le promete que ver? cosas mucho mayores que las que acaba de ver. Es la ambici?n de este peculiar Maestro para aquel peque?o grupo suyo de disc?pulos: tal vez ellos ni siquiera se den cuenta, pero el Se?or les conf?a su propia misi?n. Por ello, m?s adelante, dir? a Pedro y a todos los disc?pulos que le siguen que recibir?n cien veces m?s de cuanto han dejado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.