ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Se?or
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,21-28

Llegan a Cafarna?m. Al llegar el s?bado entr? en la sinagoga y se puso a ense?ar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les ense?aba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Hab?a precisamente en su sinagoga un hombre pose?do por un esp?ritu inmundo, que se puso a gritar: ??Qu? tenemos nosotros contigo, Jes?s de Nazaret? ?Has venido a destruirnos? S? qui?n eres t?: el Santo de Dios.? Jes?s, entonces, le conmin? diciendo: ?C?llate y sal de ?l.? Y agit?ndole violentamente el esp?ritu inmundo, dio un fuerte grito y sali? de ?l. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ??Qu? es esto? ?Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los esp?ritus inmundos y le obedecen.? Bien pronto su fama se extendi? por todas partes, en toda la regi?n de Galilea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s, con su peque?a comunidad de disc?pulos, entra en Cafarna?n, la ciudad m?s grande de la Galilea de aquellos tiempos, y la elige como su residencia y la del peque?o grupo de disc?pulos que hab?a reunido. No se retira a un lugar lejano, fuera de la vida ordinaria de los hombres. No hab?a venido, de hecho, para salvarse a s? mismo, para realizar su propia perfecci?n personal, sino al contrario, quer?a salvar a todos de la soledad y de la muerte. Por ello se establece precisamente en esta llena de vida, junto al lago. Aquel peque?o grupo de personas no permanece encerrado en s? mismo, satisfecho de la propia vida enferma. Su mirada -a partir de la del Maestro- se dirig?a a la ciudad entera, e incluso a la regi?n entera. De aqu? se debe afirmar, por tanto, que es propio de la comunidad cristiana no estar replegada sobre s? misma, sino mirar a la ciudad en su conjunto, como "comunidad" de los hombres para la que el Evangelio debe servir de fermento en el amor. No es que la comunidad cristiana tenga un proyecto que deba imponer; sin embargo tiene la misi?n de introducir en el tejido de la vida de la ciudad la fuerza del Evangelio. El evangelista se?ala que Jes?s "al llegar" se dirige a la sinagoga y se pone a ense?ar. El primer "servicio" que la Iglesia desarrolla en la ciudad es, precisamente, comunicar el Evangelio. Jes?s no retrasa el anuncio. No se para a pensar en la ciertamente debida reglamentaci?n de aquella peque?a comunidad; en definitiva, no se pierde en la organizaci?n de la casa, en la definici?n del programa o en la identificaci?n de las perspectivas. Cu?ntas veces revestimos nuestra pereza, o peor, nuestra poca fe, con el pretexto de que a todo debe preceder la elaboraci?n de programas que nos parecen indispensables. Con raz?n dec?a Juan Pablo II que "el programa ya est?: es el Evangelio". Lo que cuenta de verdad es precisamente comunicar el Evangelio, y con autoridad del amor, como hac?a el mismo Jes?s. ?l hablaba con autoridad y no como los escribas. ?Qu? significa esto? Quiere decir que el Se?or trataba de tocar los corazones de la gente para cambiarlos, para hacerlos mejores, para hacerlos latir con esa misericordia que ?l mismo viv?a. El Evangelio es una palabra exigente: pide el cambio del coraz?n y transforma profundamente a quien lo acoge. Por ello todos los que le escuchan se quedan asombrados. Jes?s se diferencia de los escribas: no dice tan solo palabras, quiere cambiar la vida de quien le escucha. Y de qu? tipo es su autoridad lo muestra inmediatamente liberando a un hombre pose?do por un esp?ritu inmundo. El Evangelio es una palabra con autoridad porque no oprime sino al contrario, libera a los hombres y las mujeres de los numerosos esp?ritus malignos que todav?a hoy les hacen esclavos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.