ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Festividad de la presentaci?n de Jes?s en el Templo. Recuerdo de los dos ancianos, Sime?n y Ana, que esperaban con fe al Se?or. Oraci?n por los ancianos. Recuerdo del centuri?n Cornelio, primer pagano convertido y bautizado por Pedro. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Festividad de la presentaci?n de Jes?s en el Templo. Recuerdo de los dos ancianos, Sime?n y Ana, que esperaban con fe al Se?or. Oraci?n por los ancianos. Recuerdo del centuri?n Cornelio, primer pagano convertido y bautizado por Pedro.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 2,22-40

Cuando se cumplieron los d?as de la purificaci?n de ellos, seg?n la Ley de Mois?s, llevaron a Jes?s a Jerusal?n para presentarle al Se?or, como est? escrito en la Ley del Se?or: Todo var?n primog?nito ser? consagrado al Se?or y para ofrecer en sacrificio un par de t?rtolas o dos pichones , conforme a lo que se dice en la Ley del Se?or. Y he aqu? que hab?a en Jerusal?n un hombre llamado Sime?n; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolaci?n de Israel; y estaba en ?l el Esp?ritu Santo. Le hab?a sido revelado por el Esp?ritu Santo que no ver?a la muerte antes de haber visto al Cristo del Se?or. Movido por el Esp?ritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al ni?o Jes?s, para cumplir lo que la Ley prescrib?a sobre ?l, le tom? en brazos y bendijo a Dios diciendo: ?Ahora, Se?or, puedes, seg?n tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvaci?n, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel.? Su padre y su madre estaban admirados de lo que se dec?a de ?l. Sime?n les bendijo y dijo a Mar?a, su madre: ?Este est? puesto para ca?da y elevaci?n de muchos en Israel, y para ser se?al de contradicci?n - ?y a ti misma una espada te atravesar? el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.? Hab?a tambi?n una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; despu?s de casarse hab?a vivido siete a?os con su marido, y permaneci? viuda hasta los ochenta y cuatro a?os; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y d?a en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del ni?o a todos los que esperaban la redenci?n de Jerusal?n. As? que cumplieron todas las cosas seg?n la Ley del Se?or, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El ni?o crec?a y se fortalec?a, llen?ndose de sabidur?a; y la gracia de Dios estaba sobre ?l.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy todas las Iglesias cristianas celebran la Presentaci?n de Jes?s en el Templo. El Evangelio de Lucas se une a la ley mosaica seg?n la cual la madre, cuarenta d?as despu?s del nacimiento del primog?nito, ten?a que presentarlo en el templo, donde deb?a ofrecer en sacrificio al Se?or por su purificaci?n un cordero o un par de t?rtolas. La consagraci?n del primog?nito (como de toda primicia) recordaba a todo el pueblo de Israel la primac?a de Dios sobre la vida y la entera creaci?n. Mar?a y Jos?, obedientes a la ley de Mois?s, hicieron cuanto estaba prescrito y llevaron a Jes?s al templo para consagrarlo al Se?or. Eran pobres, y no pudiendo comprar el cordero para el sacrificio, ofrecieron un par de t?rtolas: en realidad ofrec?an al "verdadero Cordero" para la salvaci?n del mundo. La fiesta de la Presentaci?n es una de las pocas que celebran en com?n las Iglesias de Oriente y de Occidente. De ella se tiene memoria ya en los primeros siglos en Jerusal?n (se la llamaba del "solemne encuentro"); una procesi?n por las calles de la ciudad recordaba el viaje de la sagrada Familia desde Bel?n a Jerusal?n con Jes?s reci?n nacido. Todav?a hoy la Santa Liturgia prev? la procesi?n, a la que se a?adi? a partir del siglo X la bendici?n de las velas, que ha dado a esta fiesta el nombre popular de "candelaria". La luz que se nos entrega se une a Sime?n y Ana, que acogen al Ni?o "luz para iluminar a las gentes", como canta Sime?n retomando las palabras del profeta Isa?as en los cap?tulos 42 y 49 sobre el Siervo de Yahv?. Sime?n, hombre justo y temeroso de Dios que "esperaba la consolaci?n de Israel", siente el calor de ese fuego que estaba a punto de recibir: "Movido por el Esp?ritu, vino al Templo... le tom? en brazos y bendijo a Dios". Como hab?an hecho Mar?a y Jos?, ahora tambi?n Sime?n "toma al ni?o en brazos" y se llena de una consolaci?n sin l?mites, hasta el punto que de su coraz?n brota una de las oraciones m?s hermosas de la Biblia: "Ahora, Se?or, puedes, seg?n tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvaci?n, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones" (Lc 2, 29-30). Sime?n era anciano, como tambi?n la profetisa Ana (el Evangelio dice la edad, ochenta y cuatro a?os). En ellos est?n representados todo Israel y la humanidad entera que espera la "redenci?n", pero podemos ver tambi?n a las personas de avanzada edad, los ancianos. Sime?n y Ana son ejemplo de una hermosa ancianidad. Es f?cil en nuestra sociedad descubrir ancianos, hombres y mujeres, que piensan con tristeza y resignaci?n en su futuro, y cuya ?nica consolaci?n es la a?oranza de la juventud pasada. El Evangelio de hoy parece decir con voz fuerte -y es justo gritarlo en nuestras sociedades, que se han vuelto especialmente crueles hacia los ancianos- que el tiempo de la vejez no es un naufragio ni una desgracia, que no es un tiempo en el que sufrir tristemente, sino un tiempo en el que vivir con esperanza. Sime?n y Ana parecen salir de este nutrido coro de gente triste y angustiada para decir al mundo: "?Es hermoso ser anciano! S?, la vejez se puede vivir con plenitud y con alegr?a". Su canto es inconcebible e incomprensible en una sociedad donde solo cuentan la fuerza y la riqueza, aunque de esta mentalidad nazcan las violencias y las crueldades de la vida. Sime?n y Ana vienen hoy a nuestro encuentro anunciando el Evangelio, la buena noticia, a toda nuestra sociedad: ellos no cerraron los ojos ante su debilidad, ante la disminuci?n de sus fuerzas, sino que encontraron en aquel Ni?o una nueva compa??a, una nueva energ?a, un sentido m?s para su vejez. Sime?n, tras haber tomado entre sus brazos al ni?o, pudo cantar el "Nunc dimittis", pero no con la tristeza de quien ha consumido su vida y no sabe qu? le suceder?; y Ana, la anciana, de aquel encuentro recibi? una nueva energ?a, una nueva fuerza para "alabar a Dios y hablar de aquel ni?o" a quienquiera que se encontrara.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.