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Recuerdo del genocidio de 1994 en Ruanda


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Juan 5,31-47

?Si yo diera testimonio de m? mismo,
mi testimonio no ser?a v?lido. Otro es el que da testimonio de m?,
y yo s? que es v?lido
el testimonio que da de m?. Vosotros mandasteis enviados donde Juan,
y ?l dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre,
sino que digo esto para que os salv?is. El era la l?mpara que arde y alumbra
y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan;
porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar
a cabo,
las mismas obras que realizo,
dan testimonio de m?, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado,
es el que ha dado testimonio de m?.
Vosotros no hab?is o?do nunca su voz,
ni hab?is visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros,
porque no cre?is al que El ha enviado. ?Vosotros investig?is las escrituras,
ya que cre?is tener en ellas vida eterna;
ellas son las que dan testimonio de m?; y vosotros no quer?is venir a m?
para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco:
no ten?is en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre,
y no me recib?s;
si otro viene en su propio nombre,
a ?se le recibir?is. ?C?mo pod?is creer vosotros,
que acept?is gloria unos de otros,
y no busc?is la gloria que viene del ?nico Dios? No pens?is que os voy a acusar yo delante del Padre.
Vuestro acusador es Mois?s,
en qui?n hab?is puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Mois?s,
me creer?ais a m?,
porque ?l escribi? de m?. Pero si no cre?is en sus escritos,
c?mo vais a creer en mis palabras??

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Este pasaje evang?lico concluye el discurso de autodefensa de Jes?s que comenzamos a escuchar ayer. Jes?s se defiende apelando directamente al testimonio personal del Padre que est? en los cielos y que obra en ?l. Estaba ya la indicaci?n previa del Bautista, que obviamente ten?a su propia fuerza; ?l, dice Jes?s, "?l era la l?mpara", aunque pocos hab?an permanecido en su luz. Y a?ade, para reforzar de forma categ?rica su defensa: "Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de m?, de que el Padre me ha enviado". El Evangelio y las obras que se derivan de ?l dan testimonio de que el reino de Dios ha llegado entre nosotros. Y sin embargo los fariseos, a pesar de haber visto estas obras y haber escuchado la predicaci?n, no han querido creer. Su coraz?n est? endurecido por el orgullo y su mente ofuscada por el ego?smo. La fe, de hecho, supone humildad, es decir la disponibilidad para escuchar palabras sobre la propia vida y para recibir el amor. Esta disponibilidad es el primer paso de la fe, por decirlo as?, porque contiene ya la chispa de Dios; por esto Jes?s les dice: "No ten?is en vosotros el amor de Dios". Jes?s ha venido a la tierra para revelar el rostro de Dios de una forma clara. "El que me ha visto a m?, ha visto al Padre", le responder? a Felipe en la ?ltima cena. Y a los disc?pulos del Bautista, enviados para preguntar si era ?l el Mes?as o no, les respondi? que le contaran al profeta su predicaci?n y las obras que hac?a. Jes?s es el exegeta de Dios, el ?nico capaz de explic?rnoslo. Todo aquel que lee con disponibilidad las Santas Escrituras, y las escucha con fidelidad y sinceridad, llega a conocer el misterio del amor de Dios. Por esto Jes?s exhorta a sus oyentes a no endurecer el coraz?n como hicieron los jud?os en tiempos de Mois?s, a no enorgullecerse de s? mismos. Por el contrario, es necesario dejarse tocar el coraz?n por la Palabra de Dios y por las obras de amor que brotan de ella. Jes?s, a pesar de la incredulidad que embarga a los que le escuchan, no ha venido para acusarles ante el Padre, sino para abrir sus ojos y sus corazones. Es lo que sucede cada vez que abrimos las Escrituras: Jes?s viene a nuestro encuentro para abrirnos los ojos del coraz?n al amor sin l?mites del Padre.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.