ORACIÓN CADA DÍA

Oraci?n de la Pascua
Palabra de dios todos los dias

Oraci?n de la Pascua

Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabaj? por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oraci?n de la Pascua

Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabaj? por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere m?s!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 21,1-14

Despu?s de esto, se manifest? Jes?s otra vez a los disc?pulos a orillas del mar de Tiber?ades. Se manifest? de esta manera. Estaban juntos Sim?n Pedro, Tom?s, llamado el Mellizo, Natanael, el de Can? de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus disc?pulos. Sim?n Pedro les dice: ?Voy a pescar.? Le contestan ellos: ?Tambi?n nosotros vamos contigo.? Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneci?, estaba Jes?s en la orilla; pero los disc?pulos no sab?an que era Jes?s. D?celes Jes?s: ?Muchachos, ?no ten?is pescado?? Le contestaron: ?No.? El les dijo: ?Echad la red a la derecha de la barca y encontrar?is.? La echaron, pues, y ya no pod?an arrastrarla por la abundancia de peces. El disc?pulo a quien Jes?s amaba dice entonces a Pedro: ?Es el Se?or?, se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanz? al mar. Los dem?s disc?pulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada m?s saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. D?celes Jes?s: ?Traed algunos de los peces que acab?is de pescar.? Subi? Sim?n Pedro y sac? la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompi? la red. Jes?s les dice: ?Venid y comed.? Ninguno de los disc?pulos se atrev?a a preguntarle: ??Qui?n eres t???, sabiendo que era el Se?or. Viene entonces Jes?s, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jes?s se manifest? a los disc?pulos despu?s de resucitar de entre los muertos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere m?s!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los Ap?stoles, que hab?an abandonado sus redes para convertirse en pescadores de hombres (Lc 5, 10), vuelven a ser pescadores de peces, y ahora, cuando Jes?s aparece sin que lo reconozcan, se repite la escena del principio. Tambi?n esta vez han pescado en vano durante toda la noche. Es la experiencia de un trabajo sin frutos, la experiencia de pensamientos, preocupaciones y agitaciones que no llevan a nada. Sin la luz del Evangelio, de hecho, es dif?cil trabajar y dar frutos. Pero con Jes?s que se acerca surge el alba de un nuevo d?a. Es el Resucitado, pero no se han dado cuenta, no lo han reconocido. A pesar de estar cansados y comprensiblemente desanimados le obedecen y echan las redes al otro lado. Tal vez en esa voz reconocen el eco de aquella que hab?an escuchado durante tres a?os y que los hab?a fascinado. No creen que pueda hablar todav?a, pero quiz? instintivamente -es hermoso este instinto, que nace del h?bito de escuchar el Evangelio- obedecen y echan las redes. La pesca es abundante, m?s all? de toda medida. En este punto reconocen al Se?or: la eficacia del Evangelio les abre los ojos y el coraz?n. Quiz? comprenden mejor lo que Jes?s les hab?a dicho en el pasado: "Separados de m? no pod?is hacer nada" (Jn 15, 5). Solo con el Se?or es posible lo imposible. Y es el disc?pulo del amor quien se da cuenta de ello; es ?l quien reconoce al Se?or y se lo dice enseguida a Pedro, que llevado por la alegr?a se tira al mar para llegar hasta Jes?s a nado. Sobre esa orilla los disc?pulos reviven la comuni?n con el Maestro. Jes?s ha preparado ya el fuego y las brasas, y espera los peces capturados en la pesca milagrosa. Es el banquete del Resucitado con los suyos. Las palabras del evangelista evocan las de la multiplicaci?n de los panes y las de la Eucarist?a. En efecto, es precisamente la celebraci?n de la Liturgia Eucar?stica el lugar donde se edifica la comunidad de los disc?pulos, el lugar de la multiplicaci?n del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.