ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Se?or
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,30-35

Ellos entonces le dijeron: ??Qu? se?al haces para que vi?ndola creamos en ti? ?Qu? obra realizas? Nuestros padres comieron el man? en el desierto, seg?n est? escrito: Pan del cielo les dio a comer.? Jes?s les respondi?:
?En verdad, en verdad os digo:
No fue Mois?s quien os dio el pan del cielo;
es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios
es el que baja del cielo
y da la vida al mundo.? Entonces le dijeron: ?Se?or, danos siempre de ese pan.? Les dijo Jes?s: ?Yo soy el pan de la vida.
El que venga a m?, no tendr? hambre,
y el que crea en m?, no tendr? nunca sed.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al t?rmino del pasaje evang?lico anterior encontramos la pregunta que la gente le hace a Jes?s: "?Qu? hemos de hacer para obrar las obras de Dios?". Jes?s les hab?a reprochado que buscaran solo su satisfacci?n. Ante aquella pregunta, Jes?s contesta: "La obra de Dios es que cre?is en quien ?l ha enviado". No hay que hacer muchas cosas, como afirman los fariseos, sino una sola: creer en el enviado de Dios. Pero la gente le pregunta: "?Qu? signo haces para que vi?ndolo creamos en ti? ?Qu? obra realizas?". Frente al gran milagro de la multiplicaci?n de los panes que ya se hab?a producido, aquella petici?n parece injustificada y pretenciosa. En realidad, de aquel modo quieren obtener un signo a?n m?s extraordinario que lo acredite precisamente como enviado de Dios. Tal vez quer?an que Jes?s resolviera el problema del alimento no solo para las cinco mil personas que se hab?an beneficiado del milagro, sino para todo el pueblo de Israel tal como hab?a pasado en el tiempo del man?. Y es que el recuerdo del man? permanec?a viv?simo en la tradici?n de Israel y a menudo era recordado en los libros del Antiguo Testamento. Y con la llegada del Mes?as esperaban que se repitiera aquel milagro. Jes?s contesta que no fue Mois?s quien dio el pan ca?do del cielo, sino que es el "Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo". Jes?s, diciendo el "verdadero pan", interpreta el man? como signo del nuevo pan. Este nuevo pan, "el pan de Dios" que viene del cielo, es el mismo Jes?s. Pero los que le escuchan todav?a no han comprendido la profundidad de aquellas palabras; las interpretan a partir de s? mismos, de sus necesidades, de su instinto. No entienden lo que realmente quiere decir Jes?s. Nos sucede lo mismo a nosotros cuando no llegamos a lo m?s profundo de las palabras evang?licas porque las escuchamos a partir de nosotros mismos y no a partir de lo que realmente quieren decirnos. Es la lectura "espiritual" de la Biblia, es decir, hecha en la oraci?n. Hay que escuchar la Sagrada Escritura con un coraz?n que se deja tocar por el Se?or. Sin la oraci?n corremos el riesgo de tener delante de nosotros no al Se?or que nos habla sino a nuestro "yo" que nos obstaculiza. Los disc?pulos hacen bien en pedir: "Se?or, danos siempre de ese pan". Pero en realidad suena falsa, como el episodio de Nicodemo y el de la samaritana en el pozo. La incomprensi?n de los disc?pulos hace que Jes?s afirme de manera firme y solemne: "Yo soy el pan de vida. El que venga a m? no tendr? hambre, y el que crea en m? no tendr? nunca sed". Podr?amos decir que Jes?s busca todas las figuras posibles para manifestarnos la grandeza de su amor por nosotros. ?l es el pan verdadero, la vida verdadera, la verdad, la luz, la puerta, el buen pastor, la vid, el agua viva... es la resurrecci?n.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.