ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,21-26

El que tiene mis mandamientos y los guarda,
?se es el que me ama;
y el que me ame, ser? amado de mi Padre;
y yo le amar? y me manifestar? a ?l.? Le dice Judas - no el Iscariote -: ?Se?or, ?qu? pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?? Jes?s le respondi?: ?Si alguno me ama,
guardar? mi Palabra,
y mi Padre le amar?,
y vendremos a ?l,
y haremos morada en ?l. El que no me ama no guarda mis palabras.
Y la palabra que escuch?is no es m?a,
sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas
estando entre vosotros. Pero el Par?clito, el Esp?ritu Santo,
que el Padre enviar? en mi nombre,
os lo ense?ar? todo
y os recordar? todo lo que yo os he dicho.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio que hemos escuchado contin?a el discurso de despedida que Jes?s hace durante la ?ltima cena a los disc?pulos. ?l est? a punto de dejarles, pero el amor no debe terminar. Y les dice: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama". Es una afirmaci?n que podr?a parecer obvia: seguir las ense?anzas de alguien, por norma general, es signo de estima y aprecio. Pero Jes?s subraya que para vivir el Evangelio no basta un respeto formal; es necesario involucrarse con toda la vida. Y para eso es necesario el amor. El Evangelio no es una de las muchas ideolog?as que de vez en cuando gu?an los comportamientos de los hombres; es el amor en s? mismo. El amor evang?lico, de hecho, no solo es el motivo de la observancia de los mandamientos, sino la misma sustancia de los mandamientos. Ser cristiano, pues, no significa pertenecer a una civilizaci?n o a una cultura, sino vincular nuestra vida, estemos donde estemos, a Jes?s. Ya el autor del libro de la Sabidur?a lo apuntaba: "La sabidur?a es radiante e inmarcesible. Se deja ver f?cilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan. El amor es la observancia de sus leyes" (6, 12.18). Jes?s contin?a diciendo que el amor atrae tambi?n el coraz?n del Padre que est? en el cielo y que ?l mismo se manifestar? al que lo ama. Esa es la experiencia espiritual que cada creyente est? llamado a vivir. Judas le pide que se manifieste a todos de manera visible. ?Pobre Judas, que todav?a razona seg?n los esquemas mesi?nicos comunes! Jes?s no contesta directamente a la petici?n de Judas, sino que aprovecha la ocasi?n para aclarar qu? significa verle despu?s de la resurrecci?n: el amor lleva a poner en pr?ctica el Evangelio y el disc?pulo se convierte en la morada de Jes?s y del Padre: "Si alguno me ama, guardar? mi palabra, y mi Padre le amar?, y vendremos a ?l, y haremos morada en ?l". Si falta el amor, el Evangelio ser? una palabra muda y los hombres se encontrar?n solos consigo mismos, lejos de Dios, y a merced del mal. Jes?s advierte a los disc?pulos de este peligro y les promete el Par?clito. Ser? el mismo Padre el que lo infundir? en sus corazones. Y ser? ?l quien acompa?e a los disc?pulos a lo largo de la historia, quien les ense?e todas las cosas, y quien les recuerde las palabras de Jes?s, la herencia preciosa que hay que transmitir de generaci?n en generaci?n. A trav?s de la acci?n del Esp?ritu que nos ayuda a comprender cada vez m?s profundamente el Evangelio, el Se?or contin?a estando presente entre nosotros y obrando para el bien de la humanidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.