ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Se?or
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Memoria de la Madre del Se?or

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Li?n y m?rtir (130-202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Se?or

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Li?n y m?rtir (130-202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Esp?ritu del Se?or est? sobre ti,
el que nacer? de ti ser? santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,23-27

Subi? a la barca y sus disc?pulos le siguieron. De pronto se levant? en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero ?l estaba dormido. Acerc?ndose ellos le despertaron diciendo: ??Se?or, s?lvanos, que perecemos!? D?celes: ??Por qu? ten?is miedo, hombres de poca fe?? Entonces se levant?, increp? a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, dec?an: ??Qui?n es ?ste, que hasta los vientos y el mar le obedecen??

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aqu? Se?or, a tus siervos:
h?gase en nosotros seg?n tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s est? en la barca con los disc?pulos de camino a la otra orilla del mar. Al cabo de poco se duerme. De pronto -como pasa a menudo en aquel mar cuando soplan vientos de noreste- de desencadena una tempestad. Las olas zarandean la barca mientras Jes?s sigue durmiendo. Los disc?pulos son presa del miedo y no dan cr?dito a sus ojos al ver que Jes?s sigue durmiendo. Parece que no le importe nada de lo que est? pasando. Lo despiertan y le gritan: "?Se?or, s?lvanos, que perecemos!". Es un grito de desesperaci?n, pero tambi?n de confianza; tiene el sabor de la oraci?n simple con la que empezamos cada domingo la liturgia eucar?stica: "?Se?or, ten piedad!". Es la misma oraci?n que Pedro dirige a Jes?s cuando se deja dominar por el miedo y corre el peligro de hundirse. Jes?s le tiende la mano y lo salva. En ocasiones la oraci?n es precisamente un grito de desesperaci?n, como para despertar al Se?or, que a nosotros nos parece que contin?a durmiendo. Hay mucha gente que queda atrapada por la tempestad y no tiene nada m?s a lo que aferrarse que el grito de ayuda. Aquel grito simple est? cerca de nuestra condici?n, es muy humano y describe bien nuestra peque?a fe. Jes?s se despierta y reprocha a los disc?pulos que tengan poca fe. Efectivamente, deber?an haber sabido que mientras est?n con el Se?or no deben temer ning?n mal. As? lo canta el salmo 23: "Aunque fuese por valle tenebroso, ning?n mal temer?a, pues t? vienes conmigo" (4). Frente a la tranquilidad de Jes?s, que se basa en la plena confianza en el Padre que no lo abandona, los ap?stoles y tambi?n nosotros somos realmente de poca fe. No obstante, haremos bien si imitamos el grito de los disc?pulos cuando la tempestad nos embiste. Tambi?n en este caso Jes?s se levanta en la barca y, poni?ndose frente a los vientos y al mar en tempestad, los amenaza. Y viene "una gran bonanza". Una palabra de Jes?s basta para que el mal se eche atr?s. Los que han presenciado la escena -el evangelista parece indicar que no son solo los disc?pulos, sino tambi?n los que tal vez lo han visto desde la orilla- quedan at?nitos. El disc?pulo (y tambi?n la conversi?n) nace del estupor al ver que la Palabra de Jes?s calma todas las tempestades de la vida, incluso cuando parece que no queda m?s que hundirse.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.