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Memoria de los ap?stoles
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Memoria de los ap?stoles

Recuerdo del ap?stol Santiago, hijo de Zebedeo. Fue el primero de los Doce que sufri? el martirio. Su cuerpo se venera en Santiago de Compostela. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los ap?stoles

Recuerdo del ap?stol Santiago, hijo de Zebedeo. Fue el primero de los Doce que sufri? el martirio. Su cuerpo se venera en Santiago de Compostela.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 20,20-28

Entonces se le acerc? la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postr? como para pedirle algo. El le dijo: ??Qu? quieres?? D?cele ella: ?Manda que estos dos hijos m?os se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.? Replic? Jes?s: ?No sab?is lo que ped?s. ?Pod?is beber la copa que yo voy a beber?? D?cenle: ?S?, podemos.? D?celes: ?Mi copa, s? la beber?is; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa m?a el concederlo, sino que es para quienes est? preparado por mi Padre. Al o?r esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jes?s los llam? y dijo: ?Sab?is que los jefes de las naciones las dominan como se?ores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser as? entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, ser? vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, ser? vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s hab?a conocido a Santiago a orillas del mar de Galilea y lo hab?a llamado a seguirle, junto a su hermano Juan. Santiago -llamado el "mayor" para distinguirlo del otro Santiago- empez? su camino de disc?pulo cuando escuch? de inmediato la invitaci?n de Jes?s a seguirlo. Como todos los dem?s, no siempre comprendi? el plan de amor del Se?or para su vida y tambi?n ?l, como los dem?s, se dej? vencer por la tentaci?n de pedir un lugar, un papel. En realidad, ser disc?pulo requiere ante todo escuchar al maestro y no procurarse un lugar. Por desgracia es muy f?cil caer en la tentaci?n de ser maestro de uno mismo. Y a veces pasa de manera sutil, cuando intentamos realizarnos a nosotros mismos, como se suele decir. El disc?pulo no est? llamado a realizarse a s? mismo ni a afirmar sus ideas. El disc?pulo escucha ante todo al maestro para hacerse similar a ?l y para recibir de ?l la misi?n que debe llevar a cabo. Ser disc?pulo requiere estar siempre con atenci?n cerca del Se?or, escuchar continuamente la Palabra de Dios. En ese sentido, no se puede ser disc?pulo de una vez por todas. Hay que decidir cada d?a escuchar la Palabra y seguirla. El episodio que narra Mateo pone de manifiesto la dificultad que tenemos cada uno de nosotros para seguir al Se?or. La madre de aquellos dos hijos no hizo nada ingenuo al pedir un lugar para ellos a la diestra de Jes?s. Y la reacci?n celosa de los dem?s no se hace esperar. Jes?s, con paciencia, corrige y contin?a hablando con todos ellos. Y Santiago, que tal vez no hab?a entendido totalmente la respuesta de Jes?s, no deja de seguirle y de escucharle, ni de recibir la correcci?n del maestro cuando, por exceso de celo, quiere hacer que baje del cielo fuego para destruir a aquellos samaritanos que no quer?an acoger a Jes?s. Pero el encuentro con Jes?s resucitado y la acogida del Esp?ritu Santo en su coraz?n hicieron de Santiago un testigo del Evangelio hasta derramar su sangre. Seg?n los Hechos de los Ap?stoles (12, 1) fue el primer ap?stol que sufri? el martirio. Aquel d?a Santiago prob? el mismo c?liz que bebi? Jes?s. Su vida se hab?a igualado a la del maestro: la hab?a gastado para los dem?s. Es lo que le hab?a pedido su Se?or. Y obedeciendo hasta el final, Santiago llev? a cabo la misi?n que Jes?s le hab?a encomendado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.