ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Lorenzo, di?cono y m?rtir (+ 258). Reorganiz? el servicio a los pobres en Roma y para los que les sirven en el nombre del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Lorenzo, di?cono y m?rtir (+ 258). Reorganiz? el servicio a los pobres en Roma y para los que les sirven en el nombre del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 18,15-20

?Si tu hermano llega a pecar, vete y repr?ndele, a solas t? con ?l. Si te escucha, habr?s ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todav?a contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, d?selo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. ?Yo os aseguro: todo lo que at?is en la tierra quedar? atado en el cielo, y todo lo que desat?is en la tierra quedar? desatado en el cielo. ?Os aseguro tambi?n que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguir?n de mi Padre que est? en los cielos. Porque donde est?n dos o tres reunidos en mi nombre, all? estoy yo en medio de ellos.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta p?gina evang?lica nos recuerda que la correcci?n y el perd?n fraterno -que son dimensiones centrales en la vida de la comunidad cristiana- requieren gran atenci?n y sensibilidad. En efecto, existe una manera de no decir las cosas a los dem?s que no es respeto, sino indiferencia. Todo creyente tiene el deber de corregir a su hermano cuando se equivoca, del mismo modo que todos tienen el derecho de ser perdonados cuando se equivocan. Por desgracia, vivimos en una sociedad que est? perdiendo el sentido del perd?n. Y eso sucede porque ha perdido primero la deuda del amor mutuo que el Se?or nos pide. La Palabra de Dios nos interroga profundamente para cambiar una mentalidad que se hace cada vez m?s triste y dura. En un mundo interdependiente y al mismo tiempo competitivo, como el mundo en el que vivimos, hay que aprender que para ser realmente libre y para construir una sociedad digna, tenemos que hacernos esclavos del amor unos por otros. La utop?a del respeto integral de los derechos de cada hombre y cada mujer pasa porque todos asumamos un ?nico e imprescindible deber: respetar el derecho del otro a ser amado. Este derecho enlaza con la consecuci?n de una convivencia humana plenamente libre de amenazas externas e internas. La imagen m?s clara de esta convivencia la encontramos en la unidad de los disc?pulos que rezan juntos. Jes?s les dice: "Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguir?n de mi Padre que est? en los cielos". Son palabras de gran compromiso, m?s para Dios que para nosotros. El acuerdo de los disc?pulos para pedir alguna cosa, sea cual sea, vincula a Dios mismo a concederla. Ese es el sentido que tienen las palabras que dijo Jes?s. Con ellas quiere indicar que la concordia en la oraci?n, el acuerdo en una ?nica voluntad constituye un poder inmenso. Si nuestras oraciones no son atendidas debemos preguntarnos por nuestro modo de rezar, que tal vez est? viciado de ra?z por individualismos e indiferencias. A menudo nuestra oraci?n est? marcada por la pereza, por la falta de amor cuando no nos preocupamos de los problemas y de las angustias de toda la comunidad, de todo el mundo que nos rodea. ?Cu?ntos esperan la caridad de una oraci?n que nadie concede! Con sabidur?a espiritual Juan Pablo II hablaba de su oraci?n asociada a la "geograf?a", es decir, a las necesidades de los pa?ses que hab?a visitado. El coraz?n de la oraci?n cristiana es tan grande como el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.