ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,29-32

Habi?ndose reunido la gente, comenz? a decir: ?Esta generaci?n es una generaci?n malvada; pide una se?al, y no se le dar? otra se?al que la se?al de Jon?s. Porque, as? como Jon?s fue se?al para los ninivitas, as? lo ser? el Hijo del hombre para esta generaci?n. La reina del Mediod?a se levantar? en el Juicio con los hombres de esta generaci?n y los condenar?: porque ella vino de los confines de la tierra a o?r la sabidur?a de Salom?n, y aqu? hay algo m?s que Salom?n. Los ninivitas se levantar?n en el Juicio con esta generaci?n y la condenar?n; porque ellos se convirtieron por la predicaci?n de Jon?s, y aqu? hay algo m?s que Jon?s.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es una antigua tentaci?n pedir signos a Dios, tal vez para eliminar lo que a nosotros nos parece un silencio suyo, una indiferencia suya o, de alg?n modo, para tener una confirmaci?n de su presencia. Pedir un milagro o un signo a Dios no es contrario a la l?gica evang?lica. El mismo Jes?s nos ense?a a pedir "cosas buenas" en la oraci?n. Pero la fe, afirma Jes?s en el Evangelio de hoy, no depende de los gestos prodigiosos que nosotros querr?amos. Basta pensar que Jes?s, pasando por los caminos de Galilea, ya hab?a llevado a cabo varios milagros de curaci?n y hab?a obrado otros signos que hablaban claramente de la llegada de un Reino nuevo, y a pesar de ello la gran mayor?a de la gente continuaba sin creer. La fe, en general, no llega tras signos prodigiosos. En todo caso, es el presupuesto para que se produzcan los milagros. Todav?a hoy muchos buscan signos prodigiosos para alimentar su fe. Y cuando se produce un hecho extraordinario muchos acuden. Si estos "signos" llegan, son sin duda dones del Se?or. Pero debemos estar mucho m?s atentos de lo normal al "signo" por excelencia que el Se?or dio a todos, que es el "signo de Jon?s". La comunidad primitiva ley? estas palabras a la luz de la Resurrecci?n: "de la misma manera que Jon?s estuvo en el vientre del cet?ceo tres d?as y tres noches, as? tambi?n el Hijo del hombre estar? en el seno de la tierra tres d?as y tres noches" (Mt 12,40). El "signo" de Jon?s es, pues, el anuncio central del Evangelio, es decir el misterio de la muerte y Resurrecci?n de Jes?s. Ofrecer este sue?o equivale a comunicar al mundo el coraz?n de la historia de Jes?s: ?l ofreci? su vida en la cruz para nuestra salvaci?n y el Padre lo resucit? de entre los muertos. Este Evangelio (buena noticia) es mucho m?s precioso que la sabidur?a de Salom?n y mucho m?s fuerte que la predicaci?n de Jon?s. "Aqu? hay algo m?s que Jon?s", afirma hoy Jes?s en el Evangelio. Por eso el anuncio de la resurrecci?n, es decir, de la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, no puede quedar escondido entre grupos esot?ricos y reducidos. Este anuncio debe resplandecer sobre todos los hombres y debe mostrar el camino a seguir. Los cristianos -sin excluir a ninguno, desde el m?s peque?o hasta el mayor- deben ser lampadarios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.