ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,49-53

?He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ?cu?nto desear?a que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ?qu? angustiado estoy hasta que se cumpla! ??Cre?is que estoy aqu? para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino divisi?n. Porque desde ahora habr? cinco en una casa y estar?n divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estar?n divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s, mientras exhorta a los disc?pulos a estar atentos, les dice que ha llegado el momento de tomar una decisi?n. En ?l, en efecto, hab?a llegado la plenitud de los tiempos y no se pod?a aplazar la decisi?n de seguir el Evangelio. Y para que los disc?pulos comprendan su preocupaci?n apost?lica, utiliza la imagen del fuego que ?l mismo vino a traer a la tierra: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ?cu?nto desear?a que ya hubiera prendido!". Jes?s quiere que los disc?pulos abandonen toda actitud de pereza, de frialdad, de cerraz?n, para acoger su misma preocupaci?n, su misma inquietud: ?l estar? inquieto hasta que las llamas del amor se extiendan por los corazones de los hombres. El disc?pulo no est? llamado a una vida avara y tranquila, que busca el bienestar personal o de su grupo. El disc?pulo debe sumergirse en el Evangelio y debe ser como bautizado ("sumergido", precisamente) en ?l, impulsado por la urgencia de comunicarlo a todos. La adhesi?n al Evangelio envuelve toda la vida del disc?pulo, que de alg?n modo queda pose?do por el libro. Por eso seguir a Jes?s requiere tambi?n una separaci?n de la vida antigua, la vida basada en lazos viejos, incluidos los de parentela. Los v?nculos de sangre -que obviamente son importantes- no constituyen la salvaci?n. Solo el Evangelio es el fuego que salva, que cambia el mundo, empezando por el coraz?n de cada persona. Pablo dir?: Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14) y el mismo Se?or dijo: "bienaventurados los que trabajan por la paz". No hay contradicci?n en este caso entre la paz y la espada. La paz que trae Jes?s no es como la que da el mundo (Jn 14, 27), no es avara tranquilidad o seguridad de nuestras tradiciones. Para poder gozar de la paz que viene del Evangelio es necesaria una purificaci?n a trav?s del fuego, una separaci?n entre el mal y el bien, un discernimiento entre la luz que Jes?s viene a traer al mundo y las tinieblas del mal. La paz, en definitiva, es un don y una conquista, es acoger el Evangelio y abandonar nuestro egocentrismo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.