ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 29 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Juan 8,51-59

En verdad, en verdad os digo:
si alguno guarda mi Palabra,
no ver? la muerte jam?s.? Le dijeron los jud?os: ?Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham muri?, y tambi?n los profetas; y t? dices: "Si alguno guarda mi Palabra,
no probar? la muerte jam?s." ?Eres t? acaso m?s grande que nuestro padre Abraham, que muri?? Tambi?n los profetas murieron. ?Por qui?n te tienes a ti mismo?? Jes?s respondi?: ?Si yo me glorificara a m? mismo,
mi gloria no valdr?a nada;
es mi Padre quien me glorifica,
de quien vosotros dec?s: "El es nuestro Dios", y sin embargo no le conoc?is,
yo s? que le conozco,
y si dijera que no le conozco,
ser?a un mentiroso como vosotros.
Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocij?
pensando en ver mi D?a;
lo vio y se alegr?.? Entonces los jud?os le dijeron: ??A?n no tienes cincuenta a?os y has visto a Abraham?? Jes?s les respondi?: ?En verdad, en verdad os digo:
antes de que Abraham existiera,
Yo Soy.? Entonces tomaron piedras para tir?rselas; pero Jes?s se ocult? y sali? del Templo.

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

"Si alguno guarda mi palabra, no ver? la muerte jam?s". Esta afirmaci?n que abre el pasaje evang?lico de este d?a nos sumerge directamente en la fuerza liberadora de la Palabra de Dios, y nos hace comprender cu?l es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. Incluso ante una afirmaci?n tan impactante, los jud?os de entonces -y a menudo tambi?n nosotros- ponemos no pocos obst?culos. Es verdaderamente extraordinario que, mientras el Se?or quiere regalarnos una vida plena, es decir, una vida que no acaba con la muerte, encuentre resistencia y oposici?n por parte nuestra. De hecho a menudo se prefiere una vida sometida a la dura ley de la muerte, que es una vida esclava del amor por uno mismo, con tal de no alterar la tranquila normalidad de nuestras jornadas. En efecto, muchos miran con desconfianza y hostilidad el ofrecimiento generoso que el Se?or hace a cada uno de una vida diferente, m?s humana y llena de significado. Hay como un rechazo hacia un amor tan grande. Se dice que se acepta el Evangelio con tal de que sea poco exigente, que no moleste demasiado. ?Cu?ntas veces decimos tambi?n nosotros al Evangelio: "?Eres t? acaso m?s grande que Abrah?n?"! Detr?s de esta pregunta se encuentra en realidad el intento de limar el Evangelio, de vaciarlo de su fuerza, rebajarlo hasta la banalidad. Pero si el Evangelio pierde su profec?a, su alteridad respecto al mundo, est? como muerto. Optar por el Evangelio requiere el abandono de una forma de vida replegada sobre s? misma para aceptar seguir a Jes?s, que no ha venido para ser servido sino para servir. Si en cambio nos resignamos a la dureza de nuestro egocentrismo, nos pareceremos f?cilmente a aquellos oyentes de Jes?s que recogieron piedras para lapidarlo. Y ?qu? otra cosa son las piedras sino nuestros sentimientos y conductas, que nos arrojamos unos a otros para herirnos y destruirnos mutuamente? El Se?or quiere que sus disc?pulos sean transformados por la misericordia y el perd?n.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.